Mudanzas

Viridiana Martínez Ortiz

Desde mi niñez, habité y bailé lento, a estruendo y en pausa, un sin fin de sensaciones que iba habitando el corazón. Con el paso del tiempo afiance el cuerpo, andante de calles iluminadas por la luz de la luna. Cuando caminas y empiezas a ser consciente de tus pasos y de sus querencias, emanadas desde los pulsos de la vida, es así que transitas y abrazas los momentos del devenir de tus existencias, al estar habitada de otras vivencias, como consecuencias transite diversas despedidas,  rupturas, encuentros y sorpresas, desde ahí me fui y fui, reconociendo y sintiendo, lo que implicaba saberse lejos y cerca de personas, sitios y geografías que en su momento creí muy propias, únicas y permanentes. De ello, surgen otros lenguajes, contemplaciones y esfuerzos, a veces mayores para así ponerse nuevamente de pie, y desde esa otra posición, volver a mirar esos cielos, envolverte y bailar con y a la luz de la luna que refleja y da movimiento a esos nuevos contornos e impresiones de reencuentro con un pasado-presente, y un incierto devenir, contenido de algunos temores históricos, de esos que te sitúan en la vida, que dan lugar-forma y tiempo a estos pasos que en ocasiones son firmes, otras veces titubean y otras más desean permanecer en ciertos terruños. 

Con y en el devenir de la vida, comprendo que el viaje de esta, se encuentra  compuesto por distintas mudanzas, que han y están habitando mis pensamientos, cuerpo y acciones. Pues en el tránsito de la vida, me miro al espejo y me reconozco distinta, hace tiempo que no me permitía mirarme desnuda, desde mis cicatrices, desde mis deseos, desde mis memorias, desde mis pérdidas, desde los encuentros gozosos y dolorosos que se han ido entretejiendo para conformar historias que ahora también son parte de otrxs y mías al mismo tiempo.  ¿Tú, te has percatado de tus propias mudanzas?

Hace tiempo que me reconozco sabedora de maltratos ejercidos por otrxs, pero también asumo los que he realizado; en este tipo de mudanzas profundas y conscientes son en las que me he quedado al menos en los últimos 3 años, y sé que me encantaría disculparme con unas cuantas personas. Espero algún día tener el valor, la claridad y el tacto para poder comunicar lo mucho que lamento algunas circunstancias y deseo coincidir con las mudanzas de esos otrxs también.  Con todo y mis claroscuros y soledades, que me han permitido desbordarme para luego irme hilvanando nuevamente, no desde la borradura total, sino desde los trazos y retazos de todas mis existencias,  es que me reconozco como un ser en constantes mudanzas, en constante movimiento; puede ser que este desorden a veces elegido, otras impuesto, y otras tantas por destino, azar o circunstancia sea el que nos permite ir  saboreando lo esencial de sabernos con vida.

Nunca antes había intentado ser consciente de este cuerpo y su pluralidad de existencias. Es cierto que parece que he vivido bastante tiempo, tal vez porque algunas veces he intentado vivir bajo la norma, el orden social, pero en realidad es eso vivir, o tal vez, es un velo que cae a la merced de otras vivencias. Puede ser que nunca sepa con claridad,  pero el imán de la vida ahora me está invitando a construir otros planes, sentires, saberes, dolores, olores, sinsabores, despedidas, encuentros, miradas,  y yo qué sé, tal vez otras tantas experiencias.  Es aquí cuando creo que las mudanzas, son momentos que si bien pueden remontarnos al dolor, a la pérdida, al llanto, no siempre dejan heridas expuestas, a veces se hacen necesarias porque algo de nosotrxs necesita moverse y sobreponerse, para encontrar bienestar, y así dejarse envolver nuevamente por esos cánticos y ritmos que emergen de la vida, entonces partir, pasar de una realidad, a otra, trazar destino y caminos distintos, atreverse a tomar las veredas y señales de la vida, no se hace en automático, sino en conciencia y con sentido. Por ello, si en algún momento deseas retornar de esas mudanzas, asegúrate de que sea con dignidad, amor, ternura y sinceridad.  Y, si te vas, que sea de la misma manera, pero en reconocimiento de que todo aquello que dejas atrás, ahora es una extensión de ti, y de aquello toma lo que sea necesario para re-abrir las puertas, ventanas, cajas, memorias, libros, fotografías, ropas, sensaciones, canciones, caminos y polvos, que te invitarán a  encontrar, algo más allá de las mudanzas presentes. 

Captura de pantalla (2027)La autora

Viridiana Mtz. Ortiz. Iztapalapa, Ciudad de México, 1992. Descendiente de mujeres que hasta ahora son fuego que acompañan su andar. En el devenir de la vida se considera una mujer apasionada, habitada por contradicciones, magias y placeres que le animan a la construcción de otras redes de afectos, ternuras y solidaridades.

Pensar la revolución: reescritura de Cartucho

El 27 de noviembre del 2021 se llevó a cabo la sesión Pensar la revolución en donde nos juntamos a pensar y a reflexionar  la novela Cartucho de Nellie Campobello.

En esta sesión realizamos un ejercicio de escritura que consistió en elegir alguno de los relatos del libro y modificar el final. A continuación, compartimos la reescritura de Edmy Flores seguido del fragmento inicial escrito por Nellie Campobello.

 

 

“Traen un herido —dijeron—, el único que hubo en el Cerro de la Iguana.” En una camilla de ramas de álamo, pasó frente a mi casa; lo llevaban cuatro soldados. Me quedé sin voz, con los ojos abiertos, abiertos, viendo la sangre escurrir de su pantalón.
Le habían disparado y había perdido una pierna. Con mucha lástima salí a recibirlo y ofrecerle una gordita. Como pudo me sonrió y es desde entonces que Rafael se hizo la costumbre de no volver a usar pantalones.

 


 

“Traen un muerto —dijeron—, el único que hubo en el Cerro de la Iguana.” En una camilla de ramas de álamo, pasó frente a mi casa; lo llevaban cuatro soldados. Me quedé sin voz, con los ojos abiertos, abiertos, sufrí tanto, se lo llevaban, tenía unos balazos, vi su pantalón, hoy sí era el
de un muerto.

 

 


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Edmy Flores. es polímata autogestiva en proyectos interdisciplinarios que fomentan el arte y el cuidado de los ecosistemas. Cursó la carrera de Lengua y Literaturas Modernas (inglesas) en la UNAM. Durante la última década se ha dedicado a escribir, editar, traducir y dar clases; actualmente es asesora académica en la Universidad del Pueblo (Oaxaca). Este año aprendió a bordar y a compartir sus lecturas en colectivo.

Habitar

Alejandra Escartin

Desde hace dos años comencé a reflexionar sobre los espacios y los modos en los que nos relacionamos con ellos. Quienes han seguido mi historia en los últimos tiempos (sobre todo mis amistades y familia) saben que han sido periodos de migraciones (de autoexilio, más específicamente). Saben también que en una de las últimas conversaciones que tuve en persona con mi padre, él me preguntaba: «¿por qué siempre estás intentando irte de México?». La verdad es que no lo sé. En aquel momento respondí: «porque aquí no puedo ser completamente yo». Estaba, creo, huyendo de una competencia que me había autoimpuesto por superar rápida y victoriosamente la ruptura de dos relaciones que mermaban mi tranquilidad. Por un lado, la que fuera mi mejor amiga durante muchos años no era ya la persona que yo había conocido y, hasta el día de hoy, no había sanado el luto por perderla. Por otro, la pareja que tuve me había intentado convencer de que era una mala (y violenta) mujer por responder con enojo ante su inercia. Entonces, la Ciudad de México —aunque ahora la eche de menos y desee volver a pisar su suelo— me asfixiaba en recuerdos y sitios compartidos con la Alejandra que fui y en la que ya no me reconocía. Probablemente ahora no respondería lo mismo a mi padre, pero ha sido precisamente la mudanza la que me ha dado otra perspectiva.

Es verdad que desde que dejé mi país natal me siento, de alguna manera, más libre, más yo. Fueron quizá los días eternos de desolación, las noches de soledad o las semanas inmensas de amistad y cariño las que me transformaron. Cuando Madrid se convirtió en mi nueva ciudadhogar llegué a habitar un piso. Un piso (porque ahora creo que hablo madrileño y no digo, entonces, departamento) ubicado en la calle de Delicias, bajo el número 83, que se volvió mi casarefugio por poco más de un año.

Aquel inaugural ocho de noviembre (un día después del cumpleaños del papá y el día del cumpleaños de Lu) en el que llegué a España, comenzó a forjarse una duda que hasta ahora me ha acompañado todos los días, una pregunta que ronda mi mente en forma de sanación, a veces tortura, pero mayormente para reconfortarme: ¿cómo habito el espacio que es mi casa?

Me sumergí, gracias a mis amigas (también José, porque, aunque utilice pronombres masculinos, la considero mi señora adorada y él lo hace igual) en textos sobre el cariño y el cuidado y caí en que el tiempo y la atención que ofrecía a espacios como la cocina, el salón, mi habitación… reflejaban en cierta medida lo que me daba a mí. Cuidar mi espacio se volvió casi rutina: fregar frenéticamente para purificarme, limpiar con precisión para eludir la idea fija del miedo al fracaso, pero también —y más importante—compartir la comida se convirtió en necesidad. Recuerdo esta escena que se repite en mi cabeza y me da paz: Javi asando patatas (rebosantes en especias); yo, fregando los platos y ambas maldiciendo a ese tonto que no supo valorarlo mientras nos saboreamos el festín que cenaremos viendo una película, o una ópera (si digo la verdad). Ese hogar que dejé atrás se mudó también conmigo porque, aunque los muros con gotelé de Delicias 83 ya no nos cobijan, la amistad y el amor que conocí ahí me los llevé conmigo al nuevo apartamento (que no piso porque a veces también hablo chilango o juarense, dependiendo de la hora del día).

Este interludio ha sido para contextualizar lo que realmente quiero contar. Me mudé a un piso más pequeño que el anterior. Queda al nivel de la calle y una de sus ventanas da a una zona de juegos en la que todas las tardes se agrupan niños y niñas a mecerse en los columpios, gritan y corren y lloran… y les escucho con añoranza porque me recuerdan cuánto amé ser niña. En la cocina hay un rinconcito que se ha convertido en mío porque ha sido testigo de diferentes proyectos manuales desde que vivo aquí. Los más evidentes son los platillos que preparo para comer (sin Javi, pero con cayena, que es la especia que él me heredó para cocinar): el cuchillo afilado que parte la patata, la calabaza, el tomate, los sabores de España y mi América, la mezcla, siempre la mezcla.  El pan de muerto que amasé durante horas, pero que luego no serví a mis invitados porque utilicé la levadura incorrecta y nunca infló como debería; la piñata de las posadas que cubrí en engrudo (esa mezcla de harina y agua —y otra vez me vuelvo a dar cuenta de que el pan es verbo y de que la palabra es el origen del mundo—). Ese rinconcito es una parte de la encimera de nuestra cocina. Para nada sorprendente que el nuevo sitio que atesoro sea calientito y almacene nuestra comida. 

Hoy escribo brevemente sobre ese fragmento de encimera a manera de homenaje porque, a pocos meses de convivir con ella, es mía ya y yo le soy fiel. Podría cortar vegetales en la mesa plegable, podría desayunar en el salón-comedor, podría reflexionar en el suelo de mi habitación, pero no. Yo, como si de poesía se tratara, como si la misma canción cantara; yo elijo todos los días habitar la cocina.


LA AUTORA

Alejandra Escartin_ fotoAlejandra Escartin (Ciudad de México, 1994). Es Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México y Maestra en Investigación de Medios de Comunicación por la Universidad Carlos 3 de Madrid. Ha sido asistente de investigación en el Instituto de Investigaciones Filológicas y el Instituto de Investigaciones Bibliográficas en proyectos sobre la configuración de los géneros literarios en la prensa y la literatura mexicana decimonónica. Se ha especializado en el estudio del periodismo cultural hecho por mujeres gracias a una beca de postgrado en el extranjero para estudios culturales otorgada por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Ha sido profesora de idiomas en París como parte de un programa de intercambio entre la Secretaría de Educación Pública y el Centro Internacional de Estudios Pedagógicos. También ha ejercido como periodista para el diario mexicano Excélsior y ha trabajado como editora para casas de publicaciones como Santillana y Corda. Actualmente reside en Madrid donde realiza su investigación doctoral en la Universidad Complutense de Madrid sobre las transferencias culturales de España a México en el periodismo de moda.

Rulforever: curso taller para #LectorasNoFans

 

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convida Abi Cortés

Curso-taller en línea de cinco semanas alojado en el espacio virtual de Pensar lo doméstico Espacia sólo para morras
Duración: 10 horas
Costo: $700
Inscripciones al correo: lectorasnofans@gmail.com

Fechas y horarios

TURNO VESPERTINO

Jueves 6, 13, 20, 27 de enero y 3 de febrero de 7:00 PM a 9:00 PM

*El jueves 6 de enero no habrá videollamada. En su lugar, recibirás un kit de videos introductorios. Nota: en todas las demás fechas (13, 20, 27 de enero y 3 de febrero) sí habrá videollamada.

TURNO MATUTINO

Sábados 8, 15, 22, 29 de enero y 5 de febrero de 11:00 AM a 1:00 PM

*El sábado 8 de enero no habrá videollamada. En su lugar, recibirás un kit de videos introductorios. Nota: en todas las demás fechas (15, 22, 29 de enero y 5 de febrero) sí habrá videollamada.

Presentación

Rulforever es un curso-taller para leer, analizar y comentar la obra de Juan Rulfo. Este espacio está dirigido a:

  • Lectoras interesadas en reflexionar conjuntamente las formas de analizar textos.
  • Lectoras que quieran conversar sobre lo que les gusta y no les gusta de la obra rulfiana.
  • Apasionadas por el chismito literario, el emperre y el despotrique.

Objetivos

  • Revisar conceptos teóricos básicos que nos servirán como herramientas para comprender la estructura de un relato.
  • Ejercitar la aplicación de dichos conceptos en la obra de Juan Rulfo.
  • Conocer los acontecimientos más destacados del campo literario mexicano del Siglo XX y su repercusión en la obra rulfiana.
  • Derribar la creencia de que Pedro Páramo es una obra difícil (casi imposible) de leer.
  • Desenmarañar el método creativo de Juan Rulfo.
  • Jugar con el poder de la rescritura y la interpretación a partir de ejercicios creativos con temática rulfiana.

Ruta temática

La primera parte de este curso es teórica. En ella haremos una lectura minuciosa de la conferencia “El desafío de la creación” donde Rulfo nos habla de los elementos necesarios para la elaboración de un relato. Esta lectura nos llevará a revisar conceptos tales como narradorpersonajetiempo y espacio. Para acercarnos a estos términos, partiremos del libro El relato en perspectiva de Luz Aurora Pimentel. Finalmente, hablaremos sobre el campo literario mexicano en los tiempos de Rulfo, esto con la finalidad de mirar a la obra en su contexto.

La segunda parte de este curso es práctica. En ella, nos llevaremos a la obra de Rulfo lo antes visto. Realizaremos un análisis colectivo del cuento “¡Diles que no me maten!”; luego, desmenuzaremos Pedro Páramo para comprender de dónde viene su complejidad; por último, revisaremos una selección del epistolario de Juan Rulfo titulado Cartas a Clara para observar de cerca el proceso creativo del autor. En esta última parte repasaremos conceptos de teoría autobiográfica y reflexionaremos sobre nuestra manera de leer las escrituras del yo; además, dialogaremos sobre nuestras inquietudes como lectoras, investigadoras y escritoras.

¿Qué vamos a leer?

  1. Rulfo, Juan, “El desafío de la creación”
  2. –, “¡Diles que no me maten!”
  3. –, Pedro Páramo
  4. –, Cartas a Clara(selección)

Nota: Por supuesto, las lecturas que realizaremos en el curso vienen incluidas y se las compartiré mediante una carpeta de drive.

Temario

Semana 1

En la primera semana no tendremos videollamada. En su lugar recibirás vía correo electrónico un kit de videos introductorios:

  • Video 1: ¿Quiúbole con la literatura mexicana en tiempos de Juan Rulfo?
  • Video 2: El método creativo de Juan Rulfo
  • Video 3: Conceptos básicos de narratología

Semana 2

Bienvenida y platicación sobre “El desafío de la creación” (Sesión vía zoom)

Semana 3

Análisis colectivo de “¡Diles que no me maten!” (Sesión vía zoom)

Semana 4

Desmenuzando obras: ¿Cómo está construido Pedro Páramo? (Sesión vía zoom)

Semana 5

Cartas a Clara: las vacas sagradas también son personas (Sesión vía zoom)

Nota: las sesiones serán grabadas por si se llega a dar el caso de que no puedas estar en alguna, así podrás verla después. Del mismo modo, después de cada sesión les enviaré un correo para recapitular todo lo que hagamos semana con semana.

Facilidades de pago

Este curso-taller tiene un costo de $700, envía un correo a lectorasnofans@gmail.com y pregunta por las facilidades de pago, podemos dialogar y negociar, lo importante es que vengas uwu

 

Sobre mí

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¡Hola! Mi nombre es Abigaíl Cortés. Nací entre los límites de Tláhuac e Iztapalapa en 1993.
Soy Cuidadora de la Casa de Escorpio en Pensar lo doméstico; soy escritora, tallerista, lectora, editora y creadora de contenido en el canal de Youtube Cianómetro donde hablo sobre literatura, procesos creativos y tristezas de la vida escritural.

En 2016 trabajé en un proyecto llamado Procesos de la construcción del yo en la escritura autobiográfica en México Este fue un periodo muy importante en mi carrera porque aprendí muchísimo de la historia de la literatura en México, de la estructura de la autobiografía y en donde comencé a cuestionarme sobre los fundamentos de la crítica literaria.

En este proyecto me encontré por primera vez con el epistolario de Juan Rulfo y gracias a ello escribí una tesis llamada: “El trabajo creativo y la consolidación autoral de Juan Rulfo a partir de Cartas a Clara”. Te cuento esto porque todos estos años de trabajo han influido en la creación de Rulforever. Un curso-taller donde seremos lectoras y escritoras sin temor a los comentarios impopulares alrededor de la obra de Juan Rulfo.

Si tienes alguna duda, pregunta, comentario sobre el curso, si quieres mandarme un saludo cordial o lo que surja, puedes contactarme en Twitter, en mi cuenta de Instagram, o al correo lectorasnofans@gmail.com 

¡Albricias!

Il volo della guerra

Jesse Casanova

 

 

Digamos que sos el heredero,
por ocho años moras en la paz de Midas
y entonces llueve el aliento del dragón.

 

La piel humana se quiebra en escamas
con el rugido de la manada materna
en los cielos de aljófar teñidos en grana.

 

Del tiempo de los dioses ancestrales,
te heredaron la condena de cupido,
el talón de Aquiles para la tribu Drago.

 

Vagaste un lustro debatiendo
la etiqueta y el noblesse oblige
que dictaba la casa real paterna.

 

Negaste tu raíz, negaste la sangre hirviendo
en la venda adolescente sobre los ojos 
de miel fusionada en la pupila felina.

 

Y ahí estaba él, 
con su red de tungsteno.

 

Era el cazador que otro lustro te robó,
enredándote en supuesto ágape
y mil blasfemias más.

 

Caes.

 

Decidle a ese amor ingrato,
que la lanza erró el peto
mas el volcán te acogió.

 

No hay remembranza precisa
acerca de esos tiempos en niebla,
sólo células consumiéndose.

 

Vestir la roca disuelta como 
seda ceñida en fino vestido de bodas,
era el preludio de la primera voz.

 

Sí, el rugido de la tribu Drago surgió
cuando el Vesubio te dio a luz,
y la estrella del albor te recogió.

 

Vuelas asediando al espectro
y las raíces podridas que claman
¡noblesse oblige, noblesse oblige!

 

No se puede imponer
la encarnación humana a un ser
hijo de la creación mística.

 

Ahora expides la guerra propia
en un vuelo ermitaño,
que duerme en este texto.


Con huesos emplumados que ascienden
a la aurora en la tinta,
sigues la estrella del albor.

 


Jesse CasanovaJesse Casanova. Acapulco de Juárez, Guerrero (1997). Empezó a escribir en los concursos escolares de literatura a los 14 años. Participó en “Orillas” de la FIL-Acapulco 2015. En 2016 tomó el Curso teórico práctico de literatura potencial “Escritura y Juegodel Festival Acapulco en su Tinta. En 2019 concluyó el Estudio Municipal de Literatura Acapulco Red De Letras”, el taller de Escritura Creativa impartido en el centro cultural El Fortín y “Análisis y corrección del texto poético” del 9no Festival Acapulco en su Tinta. Recientemente ha participado en varias exposiciones con la Red de Arte Mujeres y el curso “Se hacen poemas y escenas para casa habitación” de Pensar lo doméstico.

Petirrojo

Indira García

Ella tiene ese miedo que no tiene nombres   que tiene muchos nombres que no sabe sus nombres   Ella tiene ese miedo que ella es una imagen     que va y viene se aclara y se oscurece   el miedo de que ella es el sueño dentro del cráneo de otra persona
-Gloria Anzaldúa

 

En un escenario completamente blanco entra una mujer usando un vestido largo rojo. Comienza el monólogo con una voz firme, alta, y mirando fijamente al frente.

I.

Las paredes de esta casa eran amenazantes antes de que yo llegara,

de un rojo intenso como el pechito de los pájaros. 

Yo no entendía porqué mamá eligió ese color para las paredes,

como tampoco entiendo 

porqué cuando intento recordar mi infancia solo encuentro algunas viñetas recortadas 

y muchos cuadros completamente vacíos.

Mi cuerpo es un templo en semana santa con todo lo sagrado cubierto por un velo negro que impide ver.

(pausa, termina de mirar fijamente al frente) Apuntar hacia dónde cambia el foco. Su voz se suaviza.

Pero recuerdo esa casa. 

Cuando tenía siete años,

ese lugar, 

que en algún momento fue intimidante, 

estaba a medio derribar 

y medio construir. 

Le llamaban “obra negra” 

pero a mi corta edad ese término me sonaba algo lúgubre

 y, ese suceso,

era todo lo contrario. 

 

Ella, 

la casa, 

renacía de las cenizas, 

como petirrojo 

que se convierte en fénix 

que se convierte en hogar. 

 

Y al mismo tiempo 

una nueva yo nacía, 

como fénix 

que se convierte en varios petirrojos

(pausa)

que se convierten en mí. 

 

Al fin y al cabo el petirrojo y el fénix son hermanos, 

ambos nacieron y renacieron desde las cenizas.

Fue un ave quien salvó al niño Jesús de morir de frío, 

sacrificándose para avivar la llama de la fogata que mantenía el pesebre caliente. 

(más fuerte) Fue un ave la que me salvó a mi.

(pausa)

Por eso 

ahora portamos con orgullo ese plumaje que nos fue otorgado por un sacrificio. 

 

II.

En esta casa, no solo hay un petirrojo

avivando la llama que me mantiene respirando. 

En el sacrificio 

está la clave.

 

III.

Ella sopló las velas de su quinto cumpleaños

deseando no recordar que (pausa, pone un dedo en sus labios en señal de silencio)

y su hada madrina 

en toda su sabiduría 

le concedió aquel deseo a cambio de dormir en la ignorancia 

hasta que se pinchara el dedo. 

 

Entonces nací yo

más valiente y más violenta,

pero más amable con ella misma. 

 

Le leía cuentos en las noches para que durmiera bien,

para alejar a los monstruos que aún se esconden 

entre las cornisas de cada cuarto de cada casa

de cada pensamiento que llega inadvertido

anunciando que algo malo va a pasar.

(pausa)

Pero a veces los monstruos también viven entre la gente.

 

A veces 

se esconden en la intimidad de las paredes

mientras meten mano 

contando historias para infantas inquietas

que no quieren jugar más a la casita

y roban infancias risas tranquilidad.

(pausa)

Vida.

 

A veces

los monstruos son el novio 

que grita golpea rompe avienta

dobla desdobla maltrata malcoge pisa  escupe  deshace 

(pausa)

y destruye.

 

A veces, 

los monstruos son la confianza,

 

a veces

a los monstruos se les quiere.

 

A veces 

ninguna cantidad de petirrojos

parece suficiente para sobrevivir.

 

IV.

Diez petirrojos formados en pelotón

preparados para la batalla 

contra los monstruos y fantasmas 

que deambulan en casa.

 

Fantasmas 

que profanan los cuerpos 

de aquellos que fueron.

 

Fantasmas 

de los petirrojos que huyeron 

del refugio sagrado.

 

Un santuario que pretendiendo ser encantador, 

terminó siendo encantado.

 

V.

Entre el limbo de vivir y renacer, 

quedan cenizas. 

 

Entre las cenizas 

queda un petirrojo que espera 

que su canto sea escuchado,

que su canto 

sea interpretado como una señal.

De fe

de ayuda

 

de anhelo.

 

VI.

Entre el vacío de vivir el día siguiente 

sin soltar el anterior

un petirrojo reza para dejar de ser fantasma 

y no convertirse en monstruo

 

reza 

para que la casa siga ahí cuando la busque,

cuando la necesite 

para gritar que existió

que volverá a existir

que dejará de ser cenizas 

para volver a ser ave.

 

Que volará de nuevo 

entre monstruos y fantasmas.

 

VII.

En una habitación, la niña continúa soplando velas, 

sin pedir deseos 

porque olvidó como hacerlo. 

En otra habitación, la niña, 

que ya no vive sola, 

aún le teme al monstruo del novio que no ha conocido. 

 

Le teme a la incertidumbre de la oscuridad 

de los gritos de los fantasmas

que vienen desde dentro

de la casa 

de la escuela 

de la iglesia 

del trabajo al que renunciará hace un mes. 

 

Le teme a vivir 

porque sabe que ya dejó de existir,

 

aunque siga respirando. 

 

(susurrando)

Al final todos seguimos palpitando

porque alguien nos quiere haciéndolo.

 

VIII.

Las paredes de esa casa 

continúan siendo rojas

en esa memoria 

que no existe.

 

En las habitaciones inundadas de pastillas,

que hacen a los petirrojos volver a volar en las habitaciones 

inundadas por monstruos y fantasmas

que no duermen 

ni respiran 

ni palpitan 

(pausa)

ni son nada.

 

En las habitaciones color sangre 

de un corazón que ya paró.

 

En la habitación donde la niña llora 

porque cree que ella mató al monstruo 

y

a pesar de todo,

lo que dolió más,

 

fue el duelo

que le guardó.

 

Quiere ser todo 

y morir mañana,

pero vive como si fuera ayer.

 

IX.

Una niña emprende el vuelo por la noche

sin importar la tormenta terrenal

y termina en el mismo lugar

sentada entre cenizas 

con las plumas enredadas en los pies

sin poder correr ni recordar

cómo es que esa infanta 

terminó grabada 

entre las paredes de una casa

que no dice nada.

 

X.

El petirrojo vacío

sangra 

palpita 

respira

construye otra casa con su aleteo.

 

El petirrojo 

guarda su voz 

para cuando la casa

se vuelva a alzar.

 

El petirrojo anuncia 

que continúa en obra negra 

pero que desea terminar.

 

El petirrojo 

aguarda.

 

El petirrojo 

vuelve a comenzar.

(pausa)

 

Las paredes de esta casa eran amenazantes antes de que yo llegara.

 


3 Indira - FotoIndira García. (1994, Ciudad de México) Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Valle de México, ejerce como periodista y ha colaborado en medios impresos y digitales como La Crónica de Hoy, Time Out México y Konbini.

El nido y el gato

Regina Castañón

 

La casa es un refugio. Es un nido donde la calle y los ruidos ansiosos e imparables se quedan embarrados en la jerga que está a la entrada. La hemos construido así a propósito, vaciando partes de nuestro interior en objetos. Las pinturas de mi abuelo, los moldes para pastel de mi abuela, los discos de mi tía, los perfumes de mi mamá, mis juguetes y libros. El amanecer desplaza a los residentes permanentes, nos dispersa en distintas locaciones de esta ciudad que por dentro es infinita, a pesar de ser una mancha casi insignificante en el mapa. A los atardeceres los acompañan unas horas de silencio, de ecos de respiraciones y latidos que se sumen en un mundo propio antes de regresar al mundo comunal.

Mi mamá es alérgica, pero a mi siempre me ha picado el deseo de adoptar a un gato que me acompañe en la cornisa de la ventana enrejada donde me recargo a ver una paleta de rosas, naranjas y morados bailar y fusionarse en la oscuridad nocturna. Después de que las luces se enciendan, podríamos quedarnos, el gato y yo, a contemplarnos, uno a otro, pasar el tiempo. Luego sería hora de la cena, de las quesadillas, del recuento del día, de la cocina y de las risas. La hora donde se asoma la calidez por las ventanas y, poco a poco, se filtra por las rendijas, se desliza por el piso y nos envuelve en una ensoñación de atemporalidad. Finalmente, a dormir acobijada por la certeza de cuatro paredes, de una casa que es otro punto en un mapa enorme. 

¿Dónde dormiría el gato?, me pregunto antes de apagar las luces. 

 

 


2 Regina - FotoRegina Castañón. Es estudiante de Letras Inglesas en la UNAM. Edita, escribe y diseña una revista digital que se llama Casi Cielo (@casicielomx) con sus amigas del internet. En su tiempo libre le gusta creerse fotógrafa, hacer playlists y asombrarse con todo el arte que contiene este mundo tan chiquito. Cambia de obsesiones a cada rato, pero siempre cree que la lectura y la escritura son para todas las personas.

El misterio de habitarme

Catalina Pereda

 

Digamos que estudiaste filosofía en la universidad nacional,
que te fuiste al extranjero a hacer un posgrado en literatura 
aunque tú, en verdad, querías estudiar música;
pero te dieron la beca y la tomaste,
como una elige aquello que codician los demás.

 

Digamos que renuncias a la academia
para dedicarte a cantar 
pero el sueño parece ser sólo eso
y decides tomar un trabajo en una editorial.

 

Digamos que te inscribes a otro doctorado 
siguiendo un oscuro mandato 
aunque bien sabes que un título 
no resuelve nada esencial.

 

Digamos que te titulas de doctora en-canto con una puesta en escena 
de un monodrama donde te representas a ti misma,
que enfrentas la muerte accidental, 
el abismo del vacío, el inesperado abandono,
la constante incapacidad de decidir.

 

Digamos que encuentras tu raíz y espejo
te vuelves madre, diriges una compañía de ópera,
pero nunca llegas a saber que realmente cantas  
y vives preocupada por encontrar tu voz. 

  


Cata-Foto

Catalina Pereda es cantante-actriz y madre de dos bellas criaturas. También escribe, dirige y produce pequeñas óperas y obras infantiles con su compañía Ópera portátil. 

En otra vida fue arquitecta. 

www.operaportatil.com

Mi casa es un proyecto en proceso

Mónica Rivera

abandoné muchas casas, y a pesar del dolor por su ausencia confieso que no las recuerdo todas. sin embargo sé que fueron mías: en algún momento de mi vida me albergaron a mí, a mi cuerpo, y aunque yo ya no las albergo por completo en mi memoria, guardo sus fragmentos unidos en mosaico: nos habitamos mutuamente; son mías y yo de ellas.

me cambié de casa muchas veces —según yo, aunque quizá no han sido tantas: trece es número de la suerte, de la buena y de la mala. no obstante, ha habido una casa, anónima y espectral, cuyo abandono me atormenta más que el de las otras.

solemos pensar en las casas como cosas inertes, conjuntos de muros, techos, pisos, ventanas y puertas que aguardan la llegada de alguien que las habite. esperan a que las llenemos —o no— de muebles, cosas, plantas, cuadros, ropa, zapatos, comida, personas.

quizá no estén vivas, pero en todas hay algo vivo, o que alguna vez lo estuvo.

hay que mantener la puerta cerrada, así nadie entra y nada sale.

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un vistazo a la literatura gótica muestra que abundan personas con casas atormentadas. ni qué decir de la vida «real». les habitantes conforman la casa.

yo soy el fantasma de esta casa.

me apena decir que se inundó muchas veces con lágrimas gruesas —como las de alicia en el país de las maravillas en la película de disney— que surcaron las habitaciones y descarapelaron las paredes. es bien sabido que las ventanas son los ojos de una casa, y los de esta proyectan una mirada por siempre triste. más aun la humedad residual se movió como una hiedra agresiva, se movió, invisible al principio, por las habitaciones decrépitas y solas, pobladas ya nomás por marcos vacíos en los muros, juegos infantiles, rompecabezas con piezas extraviadas, carteles de palabras olvidadas. las fotografías que pudieron revelar algo sobre ella estaban la mayoría perdidas, otras tantas veladas por el polvo y las gentiles moradas de las arañas. toda la casa estuvo húmeda.

siempre se deja algo atrás, sin importar la edad. las casas abandonadas, de manera irónica, suelen estar llenas. al asomarnos a una casa desconocida clasificamos con una mirada: la condición de las ventanas, paredes, cortinas, muebles y suelo nos indica también la de la casa. no suele entrar quien mira las ventanas rotas, las paredes desgastadas, el suelo lleno de «basura» u objetos que han sido abandonados también –en ocasiones la diferencia entre los términos depende más de nuestros prejuicios personales que de su condición—, ya sea que pertenecieran a la casa o hubieran llegado de alguna manera a refugiarse ahí.

a pesar de esto, hay quienes recorren estas casas sin intención de habitarlas, por el contrario. aquí hubo quienes, al descubrir los húmedos muros que caían al más breve aliento, transitaron la casa sólo para retirarse con la satisfacción que les brindaba causar daño a algo que no reclamaría ni sería reclamado. ¿cómo es que ni siquiera entonces la casa saltó, rebelándose para expulsar a quienes se divertían magullando su piel? la casa ampara y eso hacen las casas, incluso las que casi han olvidado que lo son o las que no fueron diseñadas para serlo —o las que en realidad son personas con forma de casa—. sean objetos o personas quienes la dañan, la casa no los expulsa porque entonces dejaría de ser una casa.

casa-objeto, inhabitada a fin de cuentas, aún se sostiene con todo y sus techos resquebrajados y ventanas rotas.

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inhabitada, o: dícese de un lugar que no se encuentra habitado.

inhabited (inglés): dícese de un lugar que se encuentra habitado.

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según las memorias que esta casa alberga, fue casi desde el comienzo una casa fría. la habitación de su centro, sin embargo, inalcanzable y oculta, desde hace mucho tiempo en llamas, quedó amarilla. muchas otras —la mayoría— quedaron vacías. en esta casa hay muchos cuartos con los que nadie supo qué hacer, cómo amueblar, cómo querer —porque amueblar una casa es quererla, incluso si decidimos no ponerle nada—. ni siquiera yo. las paredes se cernieron sobre sí mismas frente al abandono y la ausencia, y una casa prefiere subvertir su naturaleza que caer. esta casa sobrevivió; desfiguró su estructura, la fachada se disfrazó de castillo oscuro, con almenas diseñadas para poder defenderse de cualquier amenaza. las paredes alrededor de la habitación amarilla se volvieron huecas y retorcidas, como un árbol cuyas entrañas sin vida se resguardan dentro de lo duro de su corteza; la habitación se quedó sin aire y las llamas menguaron. tapiadas entradas y salidas: un laberinto en el que no había hebras ni hilos para guiarse, mucho menos el impulso para hacerse de alas y salir volando.

la casa no se había derrumbado y eso parecía ser suficiente, o tendría que serlo.

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confieso que busqué mi casa en otras, y algunas las miré con envidia —las fantasmas sólo podemos anhelar en silencio, aprender a regodearnos en la fría y acogedora niebla de lo intangible—. confieso que fue más fácil analizar y hablar resolutamente de lo ajeno, observar, juzgar y hacer una clasificación simplista de ventajas y problemas. si sus habitantes no habían tenido que mudarse nunca, si las marcas de una familia eran observables en muros y muebles, si ahí sí sabían cómo querer. si había fugas, si los cuartos estaban atiborrados, si había goteras o si tenían un ático parecido al de una película de terror. si tenían álbumes de fotos que dieran cuenta de la historia y la cercanía de las relaciones familiares y las anécdotas individuales; qué tan intensa era la oscuridad de los rincones.

les habitantes conforman la casa; la casa no siempre se conforma con quien la habita.

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yo fui el fantasma de esta casa a la que sólo permití no resquebrajarse por fuera

qué conveniente ser un fantasma en una casa en la que nadie entra

no pude contener la humedad de sus paredes y confieso que llegué a cobijarme en ella, creyéndola techo, paredes y suelo: el único refugio posible

—sin embargo, la habitación amarilla—

mudar no sólo es moverse sino cambiar —«todos los cambios llevan tiempo» se convirtió en letanía—

entre mis manos transparentes moldeé lo que quedaba del fuego

amasé la llama, amplia como un aliento

reconstruí la hoguera del centro

alcé una habitación que fue hogar para el fuego

el crepitar de las llamas palpita a un ritmo—mi ritmo—

atizar el fuego significa enjugar las lágrimas y darle calor a las paredes de este hogar

estoy aprendiendo a armar una hoguera

el fuego no se puede palpar pero estoy viva porque hay luz y calor

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recorrí paredes con las yemas de los dedos y reconocí recovecos. barrí y desempolvé cuartos, empujé muebles y decidí qué conservar, qué transformar. dejé sólo las telarañas que seguían siendo moradas. ha sido difícil desenroscar el laberinto y rellenar las paredes huecas; ­no he cubierto aún todas las grietas y quizá no lo haré jamás: algunas dejan espacio para la hiedra, más verde y menos húmeda, y también para intervalos de luna y de sol, de lluvia, viento y calor. mientras viva una casa es siempre un proyecto en proceso.

me estrellé contra un muro y miré: suelo, pared, techo, puerta, pasillos, cuartos, comedor y balcones, baños, sala, cocina y jardín… escaleras, pasillos, entradas, ventanas… y otras cosas que no tienen nombre aún. amueblar una casa es quererla y elegir cómo es libertad para quererse una misma.

sigo en el limbo de lo tangible: aún un poco fantasma, voy regresando poco a poco a esta casa que soy, que es mi cuerpo y que, con un poco de suerte, volverá a ser hogar y refugio. por ahora, trato de convencerme de que esta es una casa en la que quepo, cuyos fragmentos puedo mover y organizar, una casa que cambia conmigo y con la que cambio yo y que, sin importar a donde vaya o cuántas veces me mude, es m í a.

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mientras yo viva mi casa es un proyecto en proceso


Mónica Rivera

Es creadora, fotógrafa, escritora, poeta y cuidadora. Estudió letras inglesas y también quiere aprender música. Sigue dándole los últimos detalles a sus dos casitas actuales: 1. El depa en que vive con su familia y 2. Ella misma.

¿A qué edad te quieres casar?

Ingrid Cruz

Alrededor de mis 10 u 11 años, cuando aún cursaba la primaria, estaba de moda el juego del piojito de papel. Las niñas de mi salón lo jugaban seguido, así que eventualmente también yo lo hice. La primera vez, entre curiosa y confundida, prestaba mucha atención a sus respuestas, pues nunca me había detenido a pensar a qué edad quería casarme ni cuántos hijos quería tener, mientras que ellas parecían tener su respuesta muy bien definida. Recuerdo que las edades anotadas en el piojito oscilaban entre los 22 y los 25 años, la mayoría de niñas escogían la edad más temprana para casarse, argumentando que querían ser madres jóvenes. Cuando mi turno llegó, aún confundida, decidí que lo mejor era copiar las respuestas que más se habían repetido. No había problema, todas coincidimos que, en efecto, era mejor ser una madre joven.

Haber jugado únicamente logró que un conflicto naciera en mí: ahora sí que me había puesto a pensar a qué edad quería casarme y cuántos hijos quería tener. Yo siempre tuve el privilegio de tener un cuarto propio, así que en aquellos momentos me encerraba en él por horas a pensar y hacer cuentas, pensando si la vida me iba alcanzar para poder ser una madre joven… Todo mientras seguía en la primaria.

Desde que era muy pequeña, viajar se convirtió en una de mis metas principales, por lo que, después de jugar al piojito, también se convirtió en mi mayor preocupación. Me preocupaba no poder viajar tanto como yo quería, porque según mis cuentas, si terminaba mi carrera universitaria a los 22, y luego trabajaba por una año para ahorrar, luego, otro año para viajar (ingenua y claramente sin tomar en cuenta ni una sola complicación), al siguiente año cumpliría 24 y esa era la edad indicada para casarse: no podía alargar más el tiempo de viaje. Pero un solo año para viajar me parecía muy poco, el mundo tan grande y el tiempo tan corto me comían el cerebro, el matrimonio se había vuelto un gran impedimento para cumplir mis sueños.

Finalmente, cuando entré a la secundaria, descubrí que había personas que no se casaban ni tenían hijos, lo mejor de todo era que no lo hacían porque simplemente no querían. Este dato fue el que finalmente me abrió las puertas del mundo; pensar en el matrimonio nunca fue emocionante, sino angustiante, así que decidí no casarme. Sin embargo, siempre estuve bajo los típicos comentarios del estilo “eso dices ahora, pero espérate a que crezcas”, “¿y quién te va a cuidar cuando seas mayor?”, “te vas a sentir sola y te vas a querer casar”,  lo que provocó que por mucho tiempo también me cerrara a opciones, hasta que entendí que no era cuestión de obligación, sino de decisión. 

No es secreto que a las niñas se nos asigna un rol en la sociedad desde que nacemos. La maternidad es nuestra única opción para ser felices, a los ojos de la sociedad, es casi como si no pudiéramos ser mujeres si no somos madres. Los juguetes son un gran ejemplo, nos van inculcando los roles a través de ellos: los niños juegan con carros, herramientas y superhéroes que salvan al mundo, mientras que las niñas se limitan a tener bebés de juguetes y muñecas bonitas que tienen un novio guapo. Los hombres tienen las puertas del mundo abiertas, nosotras tenemos que abrirlas a empujones, porque se nos enseñó a creer que un hombre que no se casa puede ser escritor, militar, chef, empresario, científico, etc., pero si una mujer decide no casarse, su única opción es la de convertirse en “la loca de los gatos”.

Después de mucho tiempo logré darle un mejor uso a mi cuarto, ahora que diversos caminos se presentaban ante mí y liberada de las cadenas que tanto tiempo me tuvieron atada e inmovilizada en espera de una maternidad temprana, al fin pude pensar lo que yo quería hacer, y no lo que otros me decían que tenía qué hacer.


LA AUTORA

Ingrid Cruz Tiene 20 años, vive en la tierra de Rosario Castellanos (en sus palabras, su mayor logro hasta ahora): Comitán de Dominguez. Es una persona caserita, le gusta estar con su familia y cuidar plantas, pero que sean de las que les gusta la sombrita porque a ella no le gusta el calor