Susana T. Santoyo
Para mi hija, por supuesto
Antes de iniciar debo aclarar que mi tipo de familia es de madre, padre e hija biológica. Lo señalo porque en donde digo «padre»caben: madre, pareja, tutor, abuelos, etcétera. Y en donde dice hija, no precisamente tendría que ser biológica, o no precisamente producto de una concepción «espontánea» (como le dicen los médicos). Porque mis familias cercanas son todas diferentes. Y quiero que sepan que también estoy pensando en ellas.
Ciertos días quiero dedicarme exclusivamente a ella, pero me dije que si quería una hija era por la persona que yo solía ser. Entonces me debato entre la que quiero ser para ella y lo que deseo compartirle en este presente.
Lo que sí he tenido claro y he podido hacer es aferrarme a lo que ha estado saliendo bien. Puse tanta atención en las clases de lactancia que seguí las instrucciones al pie de la letra. Por eso y porque mi cría huele a jocoque y cada vez que la tengo cerca quiero ponerle un poquito de ajonjolí para comérmela. Por eso me aferré. Y continúo. Y quiero que se prolongue porque no puedo creer que mi hija se volvió un ser que hace tantos sonidos, tiene curiosidad y crece cada mes algunos gramos y centímetros, tan sólo por beber el líquido que sale de mis senos.
Por eso y porque tenemos charlas todo el tiempo. Porque distingo entre sus tipos de llantos y risas. Porque me conmueve ver cómo descubre el mundo. Porque me mira tanto. Porque se acomoda a mi cuerpo. Porque dormimos juntas. Porque estoy asustada y lactar también me reconforta a mí. Porque me dicen que mi leche es un tejido vivo y yo les creo completamente. Porque la construcción del apego me costó, pero me hizo mucho bien. Porque no sabía que mi cuerpo podía hacer todo esto. Y entonces me ayuda a reconciliarme con mi cuerpo. Porque me dijeron que me iba a cansar y me encanta llevar la contraria. Por ella: para el llanto, la siesta, el hambre, la felicidad, el frío, la sed, el desarrollo, la comunicación, la seguridad, etc. Y sí, de nuevo, porque huele a jocoque y a ternura. No me canso de tenerla cerca. Además me aferro porque todo indica que no debería y quiero decirme, mostrarme que sí.
¿Que cómo es eso de que no debería? Les contaré. Preparamos nuestros cuerpos, nuestras emociones y nuestros espacios. Incluso programamos nuestras agendas cuando tomamos la decisión de procrear. Lo que, ahora sabemos, era imposible de planear era lo siguiente al nacimiento. A pesar del seguimiento médico, de la yoga hasta el último día del embarazo. El acontecimiento mismo ya nos indicaba que esto no se puede organizar así.
Recibimos a nuestra hija en una pausa de nuestro mundo, fue una fortuna, pero también nos confrontó. Yo estaba rota, no podía con mi propio cuerpo, lo único que me servía eran los senos. Él estaba impactado por lo que vivíamos. Ambos estábamos en ese cuarto cerrado, viéndonos muy ajenos y con una cría entre nosotros. ¿A poco eso era lo que deseábamos tanto? Aún nos estamos reconociendo. Y no es que me tomara en serio la romantización del instinto y del amor instantáneo. Pero tampoco me esperaba tanta extrañeza.
Aunque lo más inesperado fue lo que se suele dar por sentado: que un bebé debe bañarse, usa pañales, ropa, etcétera (y nosotros seguiríamos necesitando ese tipo de cosas, me gusta comer, ya saben…). No dormir era lo de menos, mi amada lactancia a libre demanda y las citas médicas ocupaban todo el tiempo: el de las lecturas, la escritura, la tesis, la pareja, el baño, el lavado de ropa, la limpieza de trastes, de pisos, el de cocinar, etcétera. Te dicen que no vas a dormir, pero nadie te explica que el cuidado de un ser vivo totalmente dependiente de ti es una cosa que no está precisamente dado en una. Se presupone que las mujeres sabemos cuidar. Además de insinuar que una sabe como seguir existiendo en todos los roles que de por sí vamos adquiriendo y malabareando–en mi caso– para ser mujer, madre, pareja, hija, hermana, amiga, investigadora, creadora, editora… (y todo lo demás que solía ser intermitentemente porque nunca me he decidido).
¿Por qué y desde cuándo la crianza tiene estos supuestos o carga con algunos que ya no le van? Pues si bien algunas mujeres tienen la voluntad de ejercer todos los roles y así se lo permite y promueve, aparentemente, la sociedad ¿por qué en la práctica se siente imposible y por qué se habla tan poco de ello? Se espera que la mujer vaya a la vida pública pronto, luego del parto, pero sin crías. En este mundo lleno de letreros que nos limitan la vida, que dicen «sin niños y sin mascotas» en pos de una producción sin pausas.
Dejamos de ver la crianza porque los espacios interiores y los institucionales la hacen limpia e invisible (sí vaya, aquí todos nos vamos a leer a Benjamin y la construcción social del espacio interior y luego a Badinter para entender su peso en la maternidad…, a Foucault, a Lefebvre, etc, etc… y nos sentimos que lo comprendemos). Pero no importa cuánto habré leído antes; o precisamente porque lo leí tanto pude darme cuenta. En fin, lo que es tangible es que se nos apartan los fluidos, los ruidos y los olores, los alejan de nuestra vida cotidiana, los encierran en lo más interior del interior, están escondidos detrás de la vitrina del coleccionista, debajo de los olores de la cocina, a lo mejor junto al amor que dice Thom Yorke que está en áticos embrujados, seguro también empolvado. Y ¡Ay de ellos si se atreven a salir!: «¡Mire, está escupiendo leche!» te dicen, como si fuera una urgencia –es normal, señora, quédese tranquila–. «Lávese los senos antes y después de lactar» –¿perdón? lacto unas 12 veces diarias y principalmente en mi casa ¿está usted segura, enfermera? preferiría dormir en vez de intentar semejante empresa de higiene extrema y mire que soy exagerada con el lavado de manos–.
En fin, muchas mujeres tienen miedo de sus fluidos durante el parto, del dolor, de sus propios sonidos. Sobran videos en internet de padres desmayándose en las sala de parto. Las madres y padres primerizos no sabemos cambiar pañales, no habíamos olido flemas de bebé, no imagiamos el meconio, no sabíamos nada sobre las costras de leche. Nos apartaron de ello porque eso sólo las abuelas y las madres, o los hospitales. ¿Pero cómo una mujer se vuelve abuela, cuándo? ¿Por qué así?
Al menos en el nicho social al que pertenezco, no hay paso lógico de la profesionista a la madre. Se es una u otra, aunque paradójicamente se presione para ser ambas. Y qué decir en el área de las artes y las humanidades, en donde no suele existir contrato que nos asegure derechos laborales, ni reproductivos. O nos permitimos sabáticos, o llegamos a acuerdos de palabra en el ámbito en el que ejercemos profesionalmente. Y entonces viene la culpa porque cómo osamos interrumpir o ralentizar nuestras vidas profesionales. Y además seguramente estamos haciendo algo mal, porque ante los ojos de las abuelas, las vecinas, los tíos o hasta los médicos, alguna de nuestras decisiones de crianza debe ser la peor.
Sumémosle a eso que las creadoras no quieren ni hablar bonito de lo bonito, porque coinciden con lo que dice la escritora, académica y madre Eider Rodríguez: «No existe en mis relatos un solo discurso positivo acerca de la maternidad, ya que ninguna escritora en su sano juicio que desee formar parte de la centralidad literaria es tan incauta»[1]. Pues si lo hacemos entonces validamos el saber femenino de cuidadora y entonces nadie vería que para mapaternar es necesario establecer que la crianza requiere colaboración, es una responsabilidad social, que sí, que todos tendríamos que pensar en los niños (y en las madres y padres), un pacto que implicaría, entre muchos otros: ver madres lactando por las calles, ver niños siendo niños, dar (en serio) horas y condiciones dignas de lactancia a las trabajadoras, promover de manera más eficaz la lactancia materna en guarderías, permisos de paternidad para ellos, apoyos de paternidad para creadores y estudiantes, guarderías para estudiantes, partos acompañados en todos los hospitales, apoyos públicos para reproducción asistida para parejas del mismo sexo, apoyos públicos para partos en casa, cambiadores dignos que no estén junto al último retrete, mobiliario apto para que parejas de personas con discapacidad tengan una crianza digna, más departamentos que renten a gente con mascotas, con niños y con plantas, banquetas aptas para carriolas, restaurantes que permitan a las familias llevar la comida de sus crías, que los diversos programas de becas en artes y humanidades consideren en sus reglas de operación que sus becarias y becarios están en edad reproductiva y les permitan ejercer esos derechos.
Y así, infinidad de cosas institucionales, que deberían ser sensibles al inicio que se da en el rincón más interior del espacio interior, en la recámara en donde una pareja se encuentra mirándose fijamente con una deseada e imponente cría entre ellos, preguntándose cuál será la labor de cada cual, pasmados ante la gran responsabilidad, ante la belleza, dulzura y júbilo que emanan de ese ser vivo. Y confirmo que no basta que huela a jocoque para aferrarse. No hay voluntad que quiebre la cómoda tentación de dar un biberón si no hay más brazos disponibles, si no hay comida caliente para la madre, si no hay apoyo y descanso para el padre. No hay sonrisa que aguante tantos desvelos si no hay un poco de soporte.
Y aprovecho para aplaudirme ocho meses de lactancia. Se los aplaudo también a mi madre, a Pedro, a mi padre, a sus padres. A nuestras amigas y amigos que han colaborado–estado–de alguna manera. Porque nuestra crianza cuenta con apoyos, pero aún así lloramos y nos desesperamos porque estas condiciones no son suficientes. Y porque creemos que todas las crianzas deberían tener al menos estas posibilidades. Porque no queremos más amor esperando en áticos, lo queremos con nosotros, queremos traerlo tangible y visible en los cuerpos ahí en donde nos paremos y no sólo descubrirlo en los interiores.
[1] Rodríguez, Eider. «Devenir autora: el autorrelato como camino para la deconstrucciónde la postura autoral». En: Kumor, Karolina et al. (eds.). Escribir como mujer: ¿hacia una reescriturade la autoría?. Varsovia: Instituto de Estudios Ibéricos e Iberoamericanosde la Universidad de Varsovia, 2017, p. 295.
* [Este texto fue leído para la activación de la pieza Leche (el otro hilo de Ariadna) de Andrea Martínez en el Museo del Perfume, el día 19 de septiembre del 2019, Ciudad de México]
LA AUTORA
Susana T. Santoyo (México, D. F, 1982). Se ha dedicado principalmente a planear, organizar y realizar proyectos editoriales y académicos en el área de las artes y las humanidades, con el fin de relacionar disciplinas o cosas. Actualmente cursa el Doctorado en Humanidades (Teoría Literaria) en la Universidad Autónoma Metropolitana. Es Maestra en Letras (Literatura Comparada) por la UNAM. Y Licenciada en Artes Plásticas por la Escuela Nacional de Pintura Escultura y Grabado “La Esmeralda”. Realizó estudios en el área “Art Espace” de la École nationale supérieure des Arts Décoratifs de París (gracias al programa Artes Aplicadas del FONCA). Edita la revista Nomastique desde el 2013. Es fundadora de la Productora de Mapeos Narrativos. Incursiona en la maternidad a principios del 2019. Le encanta escuchar la radio, prefiere el otoño, es adicta al azúcar, ama comer chocolate y habla con las manos.
Lloré un montón pero un ratito, yo comparto crianza con el padre de mis hijos, pero a veces, me hace falta saber que lo he ido descubriendo y lo que me ha ido doliendo en el amplio y complejo Mundo de la maternidad no es cosa mía ,ni estoy mal o soy poca persona para hacerlo bien. Yo acá me identifique un montón y quisiera conocer a mi alrededor más mamás así.
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