Lo doméstico implica memorias de lo familiar y lo íntimo: recuerdos de nuestra casa de infancia que saben a algodones de azúcar o frijoles de olla; involucra nostalgias, represiones, duelos y tristezas. Lo doméstico no es un sitio específico de reminiscencias genéricas, es el espacio que construimos dentro de nosotras, uno que jamás debería ser un infierno. Sin embargo, para muchas mujeres es su abismo, ése en el que cohabitan con los sentimientos indecibles, las violencias mudas, y las labores no reconocidas. La mayoría de estas mujeres manifiestan sentirse pobremente reconocidas, enojadas y deprimidas. La insatisfacción es más común en quienes están casadas o viven en parejas heterosexuales. La principal causa de muerte materna es la violencia de pareja.
Nuestra realidad es distinta: nosotras tenemos más probabilidades de morir en el hogar que fuera. Qué poder extraño tienen los muros de las casas que pueden silenciarnos. Qué manos en nuestras bocas son los muebles de una casa. Qué canción es esa que tarareamos mientras la mano de otro cuerpo nos detiene. Nos golpea, nos silencia y nos hace desaparecer.
El cuestionamiento es urgente, ¿qué estamos haciendo con los espacios domésticos? Y, es mejor decirlo sin ambages: ¿qué están haciendo los hombres con los espacios domésticos? Porque nos llena de ira y a la vez nos deja perplejas vivir la atrocidad dentro de nuestras propias casas y, precisamente, ejercida por aquellas personas que dicen amarnos. El horror es que algo tan hermoso y cálido como el hogar sea en realidad el lugar del peligro. El horror es que algo tan suave y ligero como la cama sea el lugar en el que se van hilando las pesadillas. El horror es cuando algo que debería darte resguardo te sepulta.
¿Cómo pasar el umbral del horror? ¿Cómo pensar en alguna especie de reconstrucción de confianza, de cariño mientras no hay más que una capa de miedo sobre nosotras? No es nuestra sociedad, no es el gobierno actual, no son monstruos indestructibles: son hombres. Hombres sin alguna especie de poder sobrenatural, hombres de carne y hueso, hombres en los que confiamos, hombres que amamos y que dicen que nos aman. El horror comienza como una neblina que no nos deja verlos a ellos como son y nos hace sentir locas y débiles. El horror es que nos repitan una y otra vez que estamos mal. Mientras tanto, desaparecen a una y a todas nos duele ¿por qué será? Porque nosotras sabemos lo que es no ver el camino al precipicio y aun así confiar y querer.
Desde la Colectiva Pensar lo Doméstico, nos rehusamos a entregar nuestros interiores físicos y simbólicos a la violencia machista; reclamamos seguridad y condiciones dignas para todas las mujeres dentro y fuera de nuestras casas; demandamos justicia para aquellas que han sido cruelmente asesinadas por el odio de los hombres y la complicidad del Estado. Exigimos protocolos adecuados de prevención y anunciamos que no cesaremos nuestra manifestación, antes bien la aumentaremos hasta que existan castigos reales a todos aquellos que deshumanizan y violentan nuestros cuerpos, nuestra psique y nuestros espacios. Queremos que lo íntimo, lo personal, no justifique más la indiferencia de los otros.
Tenemos (¿de verdad tenemos?) que lidiar con no ser escuchadas dentro de la realidad que nos ofrecen mientras ellos argumentan que no nos matan porque nos odien o porque ejerzan alguna especie de poder sobre nosotras: “eso sería un extremo”, “eso no sería civilizado ni humano”. En su versión pública, todo tiene que ver con intenciones más oscuras, un desequilibrio extraordinario y solo para unos cuantos mientras TODAS las demás vivimos en una locura controlada que nos adormece.
Nunca hemos tenido un mundo para nosotras y eso quiere decir que no tenemos un lenguaje para nosotras. Decir que vivimos en el horror o el miedo no parece satisfactorio, decir indignación, decir rabia. Sentimos otras cosas. Hemos aprendido a ver otras cosas y a cuidarnos, o intentarlo, porque lo necesitamos. Y en ese cuidado obtenemos certezas que no caben en un mundo hecho con reglas que nunca nos contemplan. ¿Por qué tenemos que aceptar el relato que nos paraliza? Eso no significa no dolernos y al mismo tiempo significa aceptar que no tenemos que ser ejemplares para defender las vidas, las comunes, las no comunes, las nuestras, las suyas.
La neblina se mantiene y crece mientras se siga sin enunciar el problema: cuando construyeron al mundo, lo hicieron menospreciándonos. Repitieron durante años que somos un elemento dependiente a ellos, que solos somos acompañantes y por lo tanto, no merecemos un espacio propio. ¿Cómo vamos a combatir algo que no enunciamos pero que nos consume y destroza todos los días? Tememos por nuestras madres, nuestras amigas, nuestras hijas, nuestras conocidas y nuestras desconocidas. Tememos por todas. Maldito sea el momento en el que nos introdujeron al amor romántico y al horror como tumor. Maldito sea.
¿Sólo nosotras lo vemos? Quizá sí, aceptemos de una buena vez que hay dos mundos y que nosotras, como dice Cixous, hemos tenido que aprender a hablar el lenguaje del amo y también a inventarnos el lenguaje de la oprimida. Dolernos en el lenguaje del amo no hace más que aumentar los estándares que esa estructura nos impone. Pero hay puntos en los que nos situamos y vemos otras cosas, unas que ni siquiera están contempladas en esa estructura. No desdeñemos lo que vemos, lo que sentimos, lo que revestimos de esperanza. Va a parecer siempre insuficiente, no lo es. Ni siquiera es optimismo: estamos simbólicamente destrozadas cuando vemos cómo no les importa perdernos, la rutina no para, hay que ser productivas, todo está hecho para que recordemos lo que “vale más” que nuestras vidas. Ese lenguaje no va a parar. Tampoco vamos a parar de repudiarlo abiertamente, ni de construirnos otro en el que cuidar sea la única opción. Estamos en una crisis de los cuidados y no se va a solucionar atomizando la experiencia.
Nuestro lugar de reflexión es también un lugar de resistencia, de encuentro entre mujeres y construcción de utopías. Necesitamos políticas públicas de los cuidados, necesitamos pedagogías, necesitamos leyes, necesitamos rendición de cuentas y transparencia para saber de dónde estamos partiendo y hacia dónde vamos a llegar. Porque vamos a llegar. Somos ánima colectiva que se mira a sí misma potente y eso no es un asunto de individualidades, sino de energías creadoras que cada vez se saben más importantes porque se están reconociendo entre sí. Nos estamos reconociendo entre nosotras. Que nadie nos diga que eso es poca cosa, nadie. Que nadie nos diga que sistematizar los cuidados es una utopía. Que nadie nos diga que sólo si somos de tal o cual manera merecemos ser cuidadas, que sólo si somos amigas, que sólo si somos feministas, que sólo si somos buenas, que sólo si somos de una pieza. No. Basta de alimentar el lenguaje del amo. Lo doméstico somos nosotras: no permitiremos que nos maten ni arrebaten la dignidad.
Nunca más, ni una menos.
COLECTIVA PENSAR LO DOMÉSTICO
Ana Cordelia Aldama
Abigaíl Cortés
Alejandra Eme Vázquez
Jimena Maralda
Fernanda Monsalvo
Brenda Isabel Pérez
Andrea Rodríguez
Adriana Rosas
Adriana Ventura