Mayra Daniel
La tarea doméstica que más me gusta es lavar la ropa; posiblemente ya no esté para nada cercana de la manera en que nació este mandato doméstico: no tengo que recorrer kilómetros para conseguir el agua, ni me reúno con las mujeres del pueblo en lavaderos comunitarios.
Ya ni siquiera, como cuando niña, paso horas tallando calcetines con el jabón de barra, sucios de tanto andar sin zapatos. No, ahora lavar la ropa es una tarea que casi toca lo científico, con tazas de medición, gramajes, selección de temperaturas y toda una serie de artificios que están lejos de los saberes de nuestras abuelas.
Pero a ellas también se les sacan sorpresas, como aquella tarde en que, jugando a ser la interesante, armé una cita con vino y se derramó en la mesa del mantel de crochet blanco de mi madre. Fue un consejo de abuela el que me llevó al lavadero con bicarbonato y vinagre para sacar, ¡uf, apenas a tiempo! la mancha delatora.
La lavada de ropa semanal tiene más de ritual que de emergencia. Se trata de pasos simples y medidos que se amoldan bien a la rutina de la taza de café y la lectura intermedia entre cada ciclo de lavado. Me gusta el olor del suavizante, la textura de la ropa mojada, la metamorfosis de todos los tejidos.
Requieren, eso sí, cuidado y conciencia, porque si no podría uno terminar con un suéter de cachemir para poddle, o con una sábana que parece filtro de pelusa, cosa que ya me ha pasado alguna vez, también.
Los pasos para lavar ropa en la modernidad van más o menos así: se requiere separar la ropa delicada de la ropa que tiene más resistencia. Aquí hay toda una discusión sobre los tipos de telas delicados, pero para evitar confrontaciones espinosas, vale la pena fiarse de las etiquetas.
Tampoco vaya a usted a confundir la ropa de la tintorería con la ropa de la lavadora; eso sería un error de novato que podría arruinarle una chamarra de cuero o unos guantes de gamuza. Cada cosa tiene su lugar.
Una vez separada la ropa por su grado de delicadeza (la de remojo, la del lavado fino, la del lavado regular) se tiene que separar también por colores, pues en conocido programa de caricaturas un hombre sufre de discriminación por llevar una camisa rosa (esperemos que eso ya no pase, pues el rosa queda muy bien en muchas situaciones).
Ya separada la ropa negra, de la de color y de la ropa roja o la que despinte, se elige en la lavadora el programa de lavado que se va a emplear. La mía es simple y parece tener pocas opciones: tamaño de la carga, elegir entre frío y caliente. Y el tiempo.
El factor del tiempo siempre es relativo y más cuando lavas la ropa. En algunas ocasiones se me pasa volando y otras veces parece que paso toda la mañana llevando cargas y cargas.
Tender es lo más pesado del proceso de lavado: requiere concentración y habilidad con cuerdas y pinzas. Un cálculo matemático te lleva a estimar la fuerza y precisión que requiere cada prenda: que si una, que si dos, que si ninguna pinza.
También está el tema de los ganchos: hay ganchos que maltratan la ropa y otros que son hechos solo para los roperos, pero que nada tienen que hacer en un tendedero. Todo tiene su ciencia.
En casa de mi abuela los tendederos eran bajos, tendía uno muy a gusto y luego se elevaban con unos palos que terminaban en una Y para elevar las prendas y que se secaran más cerquita del sol. En esta residencia urbana el sistema de poleas es lo que impide que mis prendas caigan al vacío. Se mecen de manera totalmente intrépida y pocas, pero algunas veces, han emprendido la caída libre por una pinza mal puesta.
Yo, por obsesiva, tiendo por gamas cromáticas, primero los blancos, luego los amarillos, paso por los naranjas, los lilas, los morados, los azules y al final dejo la ropa de color negro. Al terminar mi tendedero es un arcoíris variopinto.
Pero hay días en que noto un balance mayor de blancos, o negros o azules o rosas. Luego eso me lleva a pensar: ¿estuve triste, contenta, por qué tanta ropa de verano, es que fui a reuniones de trabajo y por eso tantos sacos?
Estos días he lavado docenas de pijamas, por ejemplo.
Una vez tendida la ropa uno pensaría que allí termina el ajedrez mental, pero yo siempre aprovecho para echar un ojo al tendedero vecino: descifrar, entre cuerdas, algunas de sus manías y cabildeos. Es también una mirada a los que usan sábanas de Superman o calcetines de conejito, que todos hemos estado alguna vez enamorados de la prenda que, por desgracia, no está dentro de nuestro ropero.
Quizá porque la ropa se ve más limpia en el tendedero de enfrente.
D.

Mayra Daniel es periodista, ha publicado en medios nacionales como La Jornada, El Universal y La Revista del Consumidor, entre otros. Actualmente es editora en Jefe de Revista Neo. Da clases en la Universidad del Claustro de Sor Juana y ama a los gatos.
Hola! Nunca había visto el proceso de lavado de una manera tan ordenada. Por mi parte soy un poco desastre y no disfruto demasiado, tal vez me replantee esta tarea doméstica como un ritual. Gracias y saludos
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