Andrea Gibet
Las aves se retienen en las ramas mejor pobladas de hojas.
Manuel Gutiérrez Nájera
«Es bueno recordar que nadie tiene un cuarto propio si no existe una casa y, alrededor y dentro de la casa, una comunidad que la constituye y la afecta.»
Leo un texto de Cristina Rivera Garza, La primera persona del plural, y lo que ella llama habitaciones impropias. Retoma la habitación propia de Woolf, que más que propia se convirtió en la nuestra, la de todas. Leo esta frase que me remite a un intento de poema que escribí (o vomité) en algún momento del año pasado mientras confundía mis clases de literatura hispanoamericana contemporánea con terapia y tenía que hacer un esfuerzo para no ponerme demasiado confesional y hablar de que yo no he encontrado una forma de volver a casa. Para eso estaban los epígrafes.
Dejo el texto de Rivera Garza ahí y cierro el libro para volcarme en esta escritura que últimamente siento tan impropia, regreso a buscar el poema del que solo recuerdo las últimas frases que al escribir se sintieron como ladrillos cayendo. Llevo reescribiendo la metáfora de la casa más de dos años ya y sigo soñando con la calle donde crecí, solo que ahora llevo dos niñas pequeñas de la mano y encontramos huevos de pájaros y vemos como se abren. Es la primavera, me digo. O quizás es algo más que aún está por revelarse.
Rechacé por años la idea de que la casa eran los otros, luego asimilé que bastaba con habitarse a una misma, que una lleva el hogar dentro de sí y se fuerza a romper el cascarón para salir incluso cuando no hay nido. Pienso en Aves sin nido de Clorinda Matto y recuerdo también La ciudad de los Tísicos, que no leí pero hay un poema de Valdelomar que ahora llevo a todas partes. Tristitia.
Abro mi cuaderno en el que más que escribir me he dedicado a transcribir lo que otros si han podido decir y cae, sin haberlo buscado, la imagen de un pajarito con este poema de Jean Caubère impreso detrás:
Le nid tiède et calme
Où chante l’oiseau
…
Rappelle les chansons, les charmes
Le seuil pur
De la vieille maison.
Pájaros que ponen huevos en otros nidos.
Pájaros que ponen huevos en el suelo.
Pájaros que ponen huevos sin nido.
Qué significa cuando un pájaro hace un nido en tu casa.
Tenemos casi tres años viviendo en esta casa y desde que llegamos recuerdo haber visto a varias conguitas intentar anidar en la malla de protección que hay en el patio. Su trabajo me parecía inútil pues el alambrado no es lo suficientemente grueso para sostener las ramitas y plumas que usaban para construir el nido y a los días de intentarlo sin conseguirlo, se marchaban. A mí me preocupaba que lograran construirlo y por la fragilidad del lugar se cayera. O que bajaran al jardín en busca de alimento y mi gato se diera cuenta antes que yo.
Hace unas semanas me enfermé y duré varios días sin salir de mi cuarto -un cuarto que es impropio desde hace varios años ya-, pasado el reposo voluntario para recuperarme y emocionada por sentirme lo suficientemente bien para lavar mi ropa, estando en el patio me di cuenta de que unas conguitas lo habían conseguido y ya tenían su nido en la alambrada. La primavera es de las tórtolas, supongo.
Renegaba también de la idea de hacer un hogar en el otro, de abandonarme en los brazos del otro. Me parecía una imagen lánguida. Luego llegó una primavera y florecieron los azahares y las pastillas perdieron su efecto y me encontré a mí misma aprendiendo a abrazar.
Regreso entonces a ese intento de poema con el que nunca quise hacer nada precisamente porque me parecía demasiado mío, exceso de yo, de pasado, de jugar con las mismas palabras que he estado masticando una y otra vez dentro de mí. La historia de los padres, los poemas de los hijos.
Tengo un año mudándome de mí misma.
Y no sé por qué se hizo tan difícil vivir aquí
En mí.
Tengo un año jugando a ser el arquitecto que no soy
Ni seré.
Porque uno no nace sabiendo construir un hogar sino habitar y ser habitado.
Porque uno no nace sabiendo construir un hogar sino habitar y ser habitado; sin embargo, yo tuve que aprender a habitar. Y creo que como mujeres, todas aprendimos a habitar los espacios que no nos correspondían, más allá de nuestros cuartos propios. Incluso tuvimos que aprender a habitar nuestros propios cuerpos, habitar el dolor, la bendición de cada mes. Aprender que nuestros cuerpos pueden ser habitados por algo más que el pasado y las herencias.
Pienso entonces en la casa donde crecí, en la otra casa en donde creí estaba mi verdadero hogar, en el departamento en el cuarto piso donde aprendí qué es la distancia, en la casa donde me di cuenta de que los fantasmas los trae una misma, en la casa en la que ahora me reciben con un abrazo y en la casa desde donde escribo ahora, en la que esos pájaros encontraron su nido.
Pienso en la primera persona del plural y pienso en las mujeres que habitan esta familia, acostumbradas a emigrar, y yo soy ese pajarito que no sabe qué hacer desde que se cayó del nido.
LA AUTORA
Andrea Gibet (Guadalajara, 1995) Estudiante de letras hispánicas. Escribe mens(tr)ualmente, con la influencia de la luna y sus mareas.