Karime Barrón.
Escribo esto desde mi profunda privacidad en una casa del sur de la Ciudad de México; privacidad por la que tanto he luchado, y heme aquí el día de hoy, quejándome de su principal componente: una dosis generosa de absoluta soledad y silencio, que me lleva a reflexionar sobre lo siguiente.
Nací en el norte de México en el seno de una familia con una cultura del trabajo y el esfuerzo bien arraigada hasta la médula. Después de varios años, me mudé con esa misma familia al sur del país, yendo a caer por obra del destino en un municipio llamado Comalcalco, famoso por ser la tierra del cacao.
En los roles impuestos de la familia, siempre me tocó lavar los platos a tal punto que mi mamá me decía muy sarcásticamente, “tú ya tienes un doctorado en lavar platos, y aunque no te guste, lo haces muy bien”. Tenía razón aquella mujer que me conocía como la palma de su mano: nunca me gustó lavar los platos. Pero entre quejas y una que otra mueca, terminaba haciéndolo con orgullo, sintiendo un nudo en la garganta… y a medida que lavaba cada plato y le quitaba las migajas, enjuagaba con agua y con jabón para luego limpiar las gotas de agua, sentía como todo ese proceso lo interiorizaba a mi persona, purificando mi cuerpo y mi mente de lo que ya no me servía y no tenía que cargar.
1) Primero quitaba la mugre y restos de comida con la mano (quito todo lo que me molesta de mi camino y me impide ser yo misma con total paz);
2) Después lavo bien con agua y con jabón (me aseguro de enjuagar restos de las piedras en el camino, tales como rencor, orgullo, coraje);
3) Y finalmente seco con un trapo (seco cada rastro de lágrima y dolor para no dejar prueba alguna).
Con los años y por los caminos de la vida, decidí irme de aquel pueblito de Tabasco, tomé mis cosas que consistían en ropa de verano y mis libros, y llegué a la Ciudad de México. No conocía a nadie y nadie me conocía a mí…y eso me gustaba. Tampoco tenía reglas ni una autoridad en casa por encima de mí; yo era mi autoridad y mi limitante también.
En aquel entonces tuve miedo de quedarme en un lugar chiquito del mundo fregando platos para toda la eternidad. Lo que yo quería era leer, escribir, pasear y conocer… conocer mucho. Ahora llevo cinco años viviendo sola en la Ciudad de México, he leído mucho, escribo novelas y una tesis de licenciatura y he paseado mucho a tal grado que le di la vuelta al mundo en 170 días… pero, ¿sabes algo? Al final del día, después de cocinar mis comidas, sigo lavando los platos: le quito los restos de comida, enjuago con agua y con jabón y limpio las gotas de agua. Y me gusta. Me gusta porque me recuerda a aquellos días calurosos en el sur de México en donde sentía un nudo en la garganta, el cual ahora comprendo que era miedo.
Vivo sola y la mayoría de los días durante esta cuarentena me voy a la cama sin haber pronunciado una simple palabra. Platico con amigos y mi familia por el celular, pero no tengo a nadie con quien expresar mis sentires y que me mire a los ojos, y en ese momento, siento un nudo en la garganta, y me pongo a lavar los platos para purificarme y sentirme mejor. Mi mamá tenía razón, tengo un doctorado en lavar los platos.
LA AUTORA
Karime Barrón. Nací en la capital de Sinaloa y luego me mudé a Tabasco. Emprendí mi vida sola en la Ciudad de México hace cinco años, luego me fui a Varsovia por 5 meses y terminé viviendo en Tokio por otros dos. Nómada por naturaleza y tesista por la UNAM.