Brisa Ruiz
Escribir y reflexionar sobre los cuidados también es escribir y reflexionar sobre el dolor que atravesamos en ciertas etapas de la vida. Es nombrar al fantasma de la culpa, ese con el que aprendimos a convivir desde los primeros años. Una amiga dice que si las mujeres no viviéramos con culpa, ya habríamos tirado al patriarcado.
Cuando tenía nueve años, mi papá sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó paralizado de medio cuerpo. Ahí empezó mi historia de cuidados, que por supuesto compartí con mis dos hermanos mayores y mi madre, pero gracias al feminismo (y a la terapia) descubrí que probablemente mi experiencia y la de mi madre fueron muy diferentes.
Mi madre asumió, sin cuestionarse, el rol de enfermera: aprendió rápidamente cómo hacer curaciones y baños de esponja, cómo dar terapia física a un cuerpo casi inerte para que pudiera moverse de nuevo; dedicó noches y días enteros a la escucha, a convencer a mi padre de todas las razones que tenía para «no tirar la toalla» y mantenerse con vida. Y digo «asumió» porque su historia de cuidadora empezó a los cinco años: ella era la encargada de preparar el desayuno a sus hermanos, lavar la ropa y hacer tortillas, por ser la mayor, pero sobre todo por ser la mujer. Le tocó crecer en un hogar en donde su educación era impensable porque hacía mejor otras cosas como cuidar y servir.
Pese a eso, mi mamá siempre quiso que yo estudiara. Le emocionaba la idea de que yo no sufriera como ella, pero al igual que todas (en algún momento) creía que a diferencia de mis hermanos «yo tenía un corazón más bueno» para acompañarla todas las tardes y noches de fines de semana que nos quedábamos cuidando a mi papá. Pensaba que, a diferencia de mis hermanos, yo la comprendía y se sentía más tranquila cuando yo la reemplazaba en los cuidados. Así aprendí a cocinar desayunos balanceados, a dar dosis exactas de medicamentos, a escuchar dolencias ajenas y a calentar bien las tortillas, pero sobre todo aprendí a sentirme incómoda y culpable cuando decidía «escaparme» para ver a mis amigas, ir al cine o estar lejos de mi rol de cuidadora.
Así construí mi vida, priorizando los cuidados de otros antes que los míos. Así vivió mi madre, sesenta y siete años, dedicando su vida a los cuidados. El día que murió mi padre ella no tenía ningún bien material, ni pensión, ni certificado de fisioterapeuta, ni de psicóloga. Nada, pese a que se hizo especialista en cuidados paliativos.
Gracias a que ella siempre impulsó mis estudios, hoy puedo hacerme cargo de sus gastos, para que por primera vez pueda decidir qué hacer con su tiempo, para que por primera vez dedique tiempo a cuidarse. ¿Y yo? A veces escribo y reflexiono sobre los cuidados para apaciguar la culpa de ponerme al centro de todo.
BRISA RUIZ
Es feminista, diseñadora integral y especialista en producción editorial. Un día se dio cuenta que si hubiera conocido antes las ciencias sociales, habría estudiado política pública. Sobrevivió a una maestría en derechos humanos. Trabaja como investigadora y ahora quiere contar historias para el cambio social a través de la imagen.