Alex Lozano
El golpe en el dedo pequeño del pie contra la cama por las prisas, la caída al pisar un objeto fuera de su lugar en medio del desorden, el jalón de cadera cuando no alcanzas algo del estante y encima se te cae todo, la espalda que duele después de trapear la casa, la quemada con el aceite a la hora de cocinar … Sé de entrada que mi coordinación motriz no es la más óptima, pero a estos dolores los tengo en una categoría muy específica. Todos ellos tienen algo en común: surgen cuando se está realizando una labor doméstica.
Toda mi vida he sido independiente de mis cuidadores, me tocó aprender a hacerme cargo de mi ropa y demás cuidados desde joven, para mí eran tareas molestas y continuas, pero no pasaban de ahí, de una actividad necesaria para comer, vestir o simplemente estar en un espacio limpio.
Mi madre me mostró que la casa debía verse inmaculada, cual casa de exhibición, con paredes blancas y todo en orden; eso aprendí y me ha costado llevarlo al pie de la letra. Soy desorden, lo admito; sin embargo, siempre me propuse que cuando formara mi propio hogar no me regiría bajo sus normas, que un poco de caos no era gran conflicto, pues significaría que, para mí, en esa casa habitaban humanos reales, no de aparador.
Desde que me asumí como feminista, comprendí que existe la división del trabajo y que está basada en el género. En pocas palabras, que por ser mujeres los cuidados se nos dan a la perfección y los trastes nos tocan a nosotras. Mentira, como testigos están algunas plantas que cayeron en mis manos y muchos vasos que no tuvieron más de dos usos. Ser mujer no te da el don del cuidado ni del amor incondicional, mucho menos te da el súper poder de no sentir dolor cuando el cansancio diario y el hartazgo aquejan.
Estos dolores van acompañados no solo de agotamiento físico, es algo más que brota cuando las lágrimas ruedan por tus mejillas en el momento del incidente. A veces es rabia, otras veces es frustración, muchas es tristeza; es cuestionarme todo en segundos y refunfuñar conmigo misma. Ganas de aventar todo y dejarlo regado. Es escuchar la voz de mi padre diciendo: «¿Ahora qué tiraste?». Es respirar, es revisar la herida y ver qué tanto daño ha causado, pensar dónde está el árnica que la abuela te dio, es buscar la compresa fría para desinflamar mientras te sientas unos minutos a descansar.
Son malestares domésticos que jamás había tenido la capacidad de reflexionar, es recordar a Rosario Castellanos con su poema de “Economía doméstica”: aquel llanto que nunca se lloró, del mañana que luego olvidamos. Es entenderla, reprocharse los años que han pasado y los insuficientes cambios que han existido. Son dolores que aquejan a un cuerpo que cuida, que responden a la demanda exhaustiva de otros, que nos exigimos y compaginamos con nuestra vida profesional. La pandemia nos ha enclaustrado más de lo que solía hacerlo la vida cotidiana, tratamos de mantener las cosas en su lugar y sanar rápido para seguir con las tareas pendientes.
¿Dónde te duele? ¿Qué dice ese dolor de ti? ¿Acaso son tus manos agrietadas por el detergente de platos o por el lavado de manos cada que tocas la comida? ¿O los pies, de no parar ni un instante hasta que te sientas a trabajar en el comedor? Estos dolores cotidianos están normalizados, como consecuencia de nuestro esfuerzo por el deber ser. Nos atormentan desde el estereotipo y lo no remunerado.
No es obligación tener una casa impecable; sin embargo, ante los ojos ajenos, es pecado tener una casa con desorden. Cuidamos a los otros y nos medio cuidamos, para continuar cuidando. Todo pasa y ese dolor con un paracetamol pasará , será sustituido por otro dolor; nosotras seguiremos, buscando la corresponsabilidad familiar y el ungüento que nos dio la abuela para curar las heridas.
LA AUTORA
Alex Lozano. Psicóloga nacida en la CDMX. Si fuera una planta sería mala madre, ningún cactus ha sobrevivido con ella por más de dos semanas. Pionera en las labores domésticas y se niega a usar la olla exprés. A un escalón del tercer piso.
Me encantó leerte! Gracias por poner el colo me siento en papel, parece que debo empezar a cuidarme más y dejar los platos sucios
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