Alma Eunice Castorena Estrada
Sentí que amaneció por el cantar de los pájaros. Atendí a escucharlos todavía adormecida, abrí los ojos y entre las cortinas aún no aparecían las primeras señales de luz. El canto era placentero, quizá por el silencio de la cuarentena, quizá de pronto me importó atender lo que venía de afuera, de pronto no me oí a mí. Todavía en la oscuridad percibí una voz tenue y cansada que emitía un balbuceo modorro, casi como un susurro, entendí que eso que decía era un «¡no me quiero levantar!».
La pequeña a mi lado se movía impaciente, girando de un lado a otro dentro de la cuna. Repentinamente se sentó y ahí se quedó unos minutos viendo sus pies; como es costumbre, esperó que la luz penetrara un poco más por las hendiduras del ventanal para cambiarse conmigo a mi cama. Nos acurrucamos, acarició mis cachetes, besé su frente, buscamos el abrazo, sonreímos sigilosamente, sus dientes iluminaron la habitación, incluso más que el alba.
– ¡Mamá, ya es de día!
Yo solo pensé que sería un día más encerrada, sin permiso al recreo.
La rutina para mí es importante: voy hacia la cocina y nos preparo té, nos sentamos en la mesa para armar un rompecabezas, que será armado tres veces más durante el día, papá se levanta y nos da los buenos días con un beso. El desayuno se compone de frutas, galletas, molletes, hot cakes, jugo de naranja o chocos, música infantil de fondo y, a veces, postre de chocolate. Por la tarde se pone una tanda de ropa, se riega a las del patio, a los cactus, los naranjos, las suculentas (mis favoritas) que, como la poesía, me alegran el alma. Para el atardecer ya nos gritamos, ya vimos otra vez la misma película, ya bañamos nuestros pegajosos cuerpos, ya se metió pan al horno, ya nos dijimos lo mucho que nos amamos, ya saltamos la cuerda, ya nos pedimos perdón, ya se lavaron los trastes y ¡buenas con el gorrito!
Un día más con mi chinita y mi compañero, un día más frente a una realidad que a veces nos hace creer que todo estará bien y por momentos se siente mal. Sucede que de esos ratos buenos también el tiempo se estrella, los ánimos se agotan y hay frustración; creo que todos tratamos de vivir de la mejor manera que sabemos, intento aprovechar el encierro, leo, juego, trabajo, escribo, cuido, cocino, hago hula-hula en la sala, organizo, consuelo y me consuelan, reflexiono, me descubro en todos mis formatos, valoro mi cuerpo, el tacto y la mirada del otro, valoro incluso lugares, momentos, una copa de vino tinto o una taza de canela.
A ratos soy feliz, a ratos agradezco este tiempo en casa, con mi familia. Y por las noches, frente al pan o cereal que hay para cenar, pienso en el día de mañana con algo de nostalgia, cedo a dormir hasta velar el silencio, sueño cómo sería regresar a la normalidad. Y mañana, supongo, será otro día más.
LA AUTORA
Alma Eunice Castorena Estrada. Zacatecas, 1990. Madre, actriz, mujer de palabras. Solo necesita sábanas limpias, escuchar música antes de que se acabe el día, una película el viernes por la noche, una tarde en el parque, un patio para sus plantas, un libro. Licenciada en Artes Escénicas: Actuación por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. En 2018, se especializó en Dirección Escénica. Ha actuado en diversas obras teatrales y dirigió el cortometraje Travesía dentro del taller de Creación Cinematográfica del Colegio de Arte y Cultural. Impartió la conferencia «Salir de una depresión a través del arte» en Webinars edición 2019. También en 2019 ganó la beca PECDA Aguascalientes con el proyecto «Marea Madre», en el que fungió como dramaturga y actriz. Participó en la Muestra Nacional de Teatro 2019, en Colima. Actualmente se encuentra trabajando en un proyecto independiente de poesía escénica que habla sobre su experiencia con la maternidad.