Tamara Mares
Cuando iba en la secundaria, salía a las 3:15 de la tarde, casi una hora después que mi hermana cinco años menor. Como nuestros papás trabajaban hasta noche, yo era la encargada de recogerla de su primaria para irnos caminando juntas a la casa y no me quedaba más que despedirme de mis compañeros y amigas, mientras ellos se quedaban platicando.
Al llegar, dejaba mis cosas en el cuarto y me adentraba en la cocina, donde me tocaba freír o calentar la comida que nuestra mamá había preparado el día anterior; o bien, preparar los alimentos desde cero. Llamaba a mi hermana cuando estuviera lista. Cuando los trastes también estaban limpios, podía comenzar a hacer mis tareas de la escuela.
Al ser la hermana mayor, se me asignó desde pequeña ser cuidadora de mi hermana menor. En ese momento creía que la responsable de esta tarea, que yo no quería, era mi mamá. Adentrarme en el feminismo me ha hecho más empática ante la realidad de las mujeres en sus diferentes roles y, con ello, entendí que la culpable nunca fue ella.
Sin un Estado que ofrezca una infraestructura para las mujeres que quieran ejercer la maternidad y lo puedan realizar sin por ello dejar de lado su individualidad, las tareas se van relegando a otra figura femenina del hogar: las hermanas. “Recoge a tu hermana menor de la escuela y haz la comida, por favor” o “¿Me puedes ayudar a cuidar a tu hermano mientras salgo a la tienda?” se vuelven expresiones comunes a las que nos acostumbramos como primogénitas.
Desde nuestros hogares, aprendemos a temprana edad a vivir por otra persona, atendiendo a sus necesidades a la medida que las propias se quedan rezagadas. También al momento de pedir apoyo para desarrollar tareas del hogar a los y las hermanas menores, la clásica frase es: “Tú no eres mi mamá”.
El trabajo de maternidad desempeñado por las hermanas mayores -que consiste en alimentar, cocinar, asear, cuidar, auxiliar en las tareas académicas, entre otras- se convierte en algo demandado por las circunstancias e invisibilizado por estereotipos de género que refuerzan la idea de que la mujer debe desempeñar trabajos de crianza sin importar la edad.
Varios años después, he pasado de ser la regañona a ser la cómplice, la confidente y la compañera. He podido desprenderme de un papel de crianza para entrar en una piel más cómoda y más a mi medida, desde donde puedo compartir experiencias con mi hermanita, pero sé que esto sólo ha sido gracias al desarrollo de la autonomía que viene con nuestra edad.
Aunque sé que mi realidad ha cambiado, es común ver este intercambio de papeles en los hogares. Las niñas nos turnamos entre ser alguien que está desarrollándose ella misma y una pequeña madre que se encarga de sus hermanos o hermanas menores cuando nuestras mamás no cuentan con los recursos para atender a todos sus hijos e hijas. ¿Y si nos preguntan a las mayores? Nosotras no quisimos ser madres, queríamos tener hermanas.
LA AUTORA
Tamara Mares es periodista de aquí y allá. Es somnolienta sin café, apasionada de la mar, soñadora infinita en el metro y bailarina profesional bajo lluvias.