Marion Rubio
Es innegable que el confinamiento vino a sacudir nuestras dinámicas, impactándolas en todas sus formas. Muchas de ellas, para mal, como negarlo, pero también resignificando otras.
Las tareas domésticas en mi hogar siempre habían sido hechas de acuerdo a los tiempos de cada miembro de la casa y su rutina, rutinas que regían hasta antes de que un virus microscópico cambiará todo nuestro paradigma en un dos por tres. Salíamos, comíamos, estábamos, descansábamos, entrábamos, socializábamos en distintas horas y días, a excepción del domingo, día de descanso (de todo, también de el quehacer) y día familiar, por lo que estas tareas se hacían repartidas y en solitario, y si, no voy a negar que aquellas relacionadas a la cocina, recaían, en su mayoría en mi madre. En momentos distintos, alguien se ocupaba de la limpieza profunda semanal, alguien se encargaba de la limpieza y el orden más superficial del día a día, alguien de la ropa y cada quien de su habitación.
Pero con todos encerrados en casa, esto cambió. Más platos que ocupar, lavar y regresar a la alacena, más comida por preparar, el polvo siempre acumulado. Y lo evidente pasó, el trabajo doméstico se intensificó, porque irremediablemente, éste viene incluido en lo que representa una casa con vida. Aquélla donde hay vida es dónde se existe, se habita, se cuida y se limpia, así nuestra percepción de «qué tanto estamos viviendo realmente», se encuentra en constante cuestionamiento.
Lo peor del confinamiento, no ha sido el aumento de las actividades domésticas, a pesar de que se repiten en un loop infinito y de la misma forma sea lunes, martes o jueves. No, lo que más ha golpeado ha sido el crecimiento exponencial de la toxicidad y paranoia de mi padre ante el Covid, con medidas no sólo preventivas, sino que caen en lo absurdo, en recriminaciones por salir a comprar lo más básico del mercado, discursos que señalan, el egoísmo y las discusiones desgastantes una y otra vez, el machaque emocional para resto de quienes habitamos aquí. Me reservo los detalles más personales, únicamente me queda por decir, que la casa comenzó a sentirse inhabitable, un lugar del que deseas salir, donde lo que más te atormenta es la sensación interna, mucho más que la situación existente fuera de ese departamento. Mi habitación se convirtió, más que nunca, en mi espacio de refugio.
Mi padre limpia y sanitiza la casa incontables veces al día, aún cuando la máxima salida fue por las calles solitarias de la colonia paseando a la perrita, él hace esta actividad en solitario, ataviado de cubrebocas, guantes y goggles. Ésta es su contribución al quehacer doméstico del hogar, después de ello, vuelve a su habitación, a seguir viendo noticias de la pandemia de forma ininterrumpida. De la dinámica anterior, en solitario, nada cambió, sólo se atavió con un par de elementos nuevos.
Todo lo contrario ocurrió entre mi mamá, mi hermana y yo. El quehacer doméstico de pronto se convirtió en otro momento de reunión y de compartir. Las mismas tareas cotidianas, pero haciéndolas dentro del mismo tiempo y espacio, cosa que además el pequeño departamento permite lograr con bastante facilidad. El lavar platos dejó de ser ese tiempo muerto individual donde sólo enjabonas mientras ves hacia el horizonte de la ventana que tienes enfrente. El trapear dejó de ser esa actividad mecánica que haces mientras pones play a tus canciones preferidas del momento, con los audífonos al máximo.
Caímos en las recetas de Tik Tok y una de ellas nos gustó tanto, que la hemos perfeccionado haciéndola continuamente, todo ello, mientras hablamos de recuerdos y mi madre nos cuenta de recetas y platillos familiares. Incluso, ya replicamos el panqué de canela, receta de la abuela. Nunca he tenido especial interés en la cocina, pero confieso que he disfrutado estos momentos de compartir por medio de ella.
Por la tarde, alguna termina de secar y guardar los platos de vuelta a la alacena, mientras la otra, recoge lo que queda en la cocina o talla su ropa en el lavadero, espacio que se presta para platicar del último capítulo que vimos de X serie o para enseñarnos el meme que circula en Twitter.
Lo mecánico, lo individual, aburrido o pesado que puede ser el trabajo doméstico, aun repartido, se ha transformado en una actividad común, donde la actividad pasa a segundo plano y lo que destaca es el acompañamiento, las redes tejidas y potencializadas, el compartirse. Tal vez la casa se siente inhabitable y asfixiante por las condiciones creadas por mi padre, sí, pero nosotras hemos hecho habitables nuestros momentos, nuestros espacios de compartir.
No pretendo romantizar el quehacer doméstico, pero sí señalar que éste ha cobrado otro sentido y, lejos de sentirse como otra actividad asfixiante, ahora es otro espacio, un momento de compartirnos, de acompañarnos y de resistir.
LA AUTORA
Marion Rubio. Ser nocturno. Investigadora de profesión, ilustradora por diversión. Sensible todas las temporadas del año. Leer, caminar por la ciudad, ver películas, videos de maquillajes que jamás hará y pasear con su perrita le dan vida. Coleccionista de labiales y libretas.