Indira García
Ella tiene ese miedo que no tiene nombres que tiene muchos nombres que no sabe sus nombres Ella tiene ese miedo que ella es una imagen que va y viene se aclara y se oscurece el miedo de que ella es el sueño dentro del cráneo de otra persona
-Gloria Anzaldúa
En un escenario completamente blanco entra una mujer usando un vestido largo rojo. Comienza el monólogo con una voz firme, alta, y mirando fijamente al frente.
I.
Las paredes de esta casa eran amenazantes antes de que yo llegara,
de un rojo intenso como el pechito de los pájaros.
Yo no entendía porqué mamá eligió ese color para las paredes,
como tampoco entiendo
porqué cuando intento recordar mi infancia solo encuentro algunas viñetas recortadas
y muchos cuadros completamente vacíos.
Mi cuerpo es un templo en semana santa con todo lo sagrado cubierto por un velo negro que impide ver.
(pausa, termina de mirar fijamente al frente) Apuntar hacia dónde cambia el foco. Su voz se suaviza.
Pero recuerdo esa casa.
Cuando tenía siete años,
ese lugar,
que en algún momento fue intimidante,
estaba a medio derribar
y medio construir.
Le llamaban “obra negra”
pero a mi corta edad ese término me sonaba algo lúgubre
y, ese suceso,
era todo lo contrario.
Ella,
la casa,
renacía de las cenizas,
como petirrojo
que se convierte en fénix
que se convierte en hogar.
Y al mismo tiempo
una nueva yo nacía,
como fénix
que se convierte en varios petirrojos
(pausa)
que se convierten en mí.
Al fin y al cabo el petirrojo y el fénix son hermanos,
ambos nacieron y renacieron desde las cenizas.
Fue un ave quien salvó al niño Jesús de morir de frío,
sacrificándose para avivar la llama de la fogata que mantenía el pesebre caliente.
(más fuerte) Fue un ave la que me salvó a mi.
(pausa)
Por eso
ahora portamos con orgullo ese plumaje que nos fue otorgado por un sacrificio.
II.
En esta casa, no solo hay un petirrojo
avivando la llama que me mantiene respirando.
En el sacrificio
está la clave.
III.
Ella sopló las velas de su quinto cumpleaños
deseando no recordar que (pausa, pone un dedo en sus labios en señal de silencio)
y su hada madrina
en toda su sabiduría
le concedió aquel deseo a cambio de dormir en la ignorancia
hasta que se pinchara el dedo.
Entonces nací yo
más valiente y más violenta,
pero más amable con ella misma.
Le leía cuentos en las noches para que durmiera bien,
para alejar a los monstruos que aún se esconden
entre las cornisas de cada cuarto de cada casa
de cada pensamiento que llega inadvertido
anunciando que algo malo va a pasar.
(pausa)
Pero a veces los monstruos también viven entre la gente.
A veces
se esconden en la intimidad de las paredes
mientras meten mano
contando historias para infantas inquietas
que no quieren jugar más a la casita
y roban infancias risas tranquilidad.
(pausa)
Vida.
A veces
los monstruos son el novio
que grita golpea rompe avienta
dobla desdobla maltrata malcoge pisa escupe deshace
(pausa)
y destruye.
A veces,
los monstruos son la confianza,
a veces
a los monstruos se les quiere.
A veces
ninguna cantidad de petirrojos
parece suficiente para sobrevivir.
IV.
Diez petirrojos formados en pelotón
preparados para la batalla
contra los monstruos y fantasmas
que deambulan en casa.
Fantasmas
que profanan los cuerpos
de aquellos que fueron.
Fantasmas
de los petirrojos que huyeron
del refugio sagrado.
Un santuario que pretendiendo ser encantador,
terminó siendo encantado.
V.
Entre el limbo de vivir y renacer,
quedan cenizas.
Entre las cenizas
queda un petirrojo que espera
que su canto sea escuchado,
que su canto
sea interpretado como una señal.
De fe
de ayuda
de anhelo.
VI.
Entre el vacío de vivir el día siguiente
sin soltar el anterior
un petirrojo reza para dejar de ser fantasma
y no convertirse en monstruo
reza
para que la casa siga ahí cuando la busque,
cuando la necesite
para gritar que existió
que volverá a existir
que dejará de ser cenizas
para volver a ser ave.
Que volará de nuevo
entre monstruos y fantasmas.
VII.
En una habitación, la niña continúa soplando velas,
sin pedir deseos
porque olvidó como hacerlo.
En otra habitación, la niña,
que ya no vive sola,
aún le teme al monstruo del novio que no ha conocido.
Le teme a la incertidumbre de la oscuridad
de los gritos de los fantasmas
que vienen desde dentro
de la casa
de la escuela
de la iglesia
del trabajo al que renunciará hace un mes.
Le teme a vivir
porque sabe que ya dejó de existir,
aunque siga respirando.
(susurrando)
Al final todos seguimos palpitando
porque alguien nos quiere haciéndolo.
VIII.
Las paredes de esa casa
continúan siendo rojas
en esa memoria
que no existe.
En las habitaciones inundadas de pastillas,
que hacen a los petirrojos volver a volar en las habitaciones
inundadas por monstruos y fantasmas
que no duermen
ni respiran
ni palpitan
(pausa)
ni son nada.
En las habitaciones color sangre
de un corazón que ya paró.
En la habitación donde la niña llora
porque cree que ella mató al monstruo
y
a pesar de todo,
lo que dolió más,
fue el duelo
que le guardó.
Quiere ser todo
y morir mañana,
pero vive como si fuera ayer.
IX.
Una niña emprende el vuelo por la noche
sin importar la tormenta terrenal
y termina en el mismo lugar
sentada entre cenizas
con las plumas enredadas en los pies
sin poder correr ni recordar
cómo es que esa infanta
terminó grabada
entre las paredes de una casa
que no dice nada.
X.
El petirrojo vacío
sangra
palpita
respira
construye otra casa con su aleteo.
El petirrojo
guarda su voz
para cuando la casa
se vuelva a alzar.
El petirrojo anuncia
que continúa en obra negra
pero que desea terminar.
El petirrojo
aguarda.
El petirrojo
vuelve a comenzar.
(pausa)
Las paredes de esta casa eran amenazantes antes de que yo llegara.
Indira García. (1994, Ciudad de México) Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Valle de México, ejerce como periodista y ha colaborado en medios impresos y digitales como La Crónica de Hoy, Time Out México y Konbini.