Lo que sigue es un árbol genealógico

Adriana Ventura

Lo que sigue es un árbol genealógico. Ninguna de mis abuelas tuvo olla exprés. Mi abuela paterna hacía ollas de barro. Yo era muy pequeña pero tengo en la memoria algunas escenas en donde la veo moldeando el lodo que ella misma recogía de las pozas cercanas. La aldea ha crecido y ya no existen pozas, ni hay lodo. Mi abuela Gabina apenas puede respirar y no sé si tenga la fuerza para construir una olla. Sé con toda certeza que nunca usó una olla exprés. Mi abuela materna tampoco tenía este instrumento; de su cocina recuerdo unas cucharas enormes de madera que usaba para el pozole y sé con certeza que mi fascinación por los trastes de cocina viene de ella, quien heredó a mi mamá el gusto por comprar y comprar trastes y más trastes. 

Mi madre no tiene una olla exprés. Tiene trastes exclusivos para cada acontecimiento: una olla de barro para los frijoles, otra para el arroz blanco, una cacerola para hervir jitomates, otra para calentar agua, una más para preparar chocolate. Pero olla exprés no hay en su cocina. Yo sí tengo. Cuando llegué a vivir sola a esta ciudad tuve una beca de posgrado. Como mi futuro era incierto decidí abrir una cuenta alterna para ahorrar, así que mensualmente alimentaba esa cuenta con la mitad de mi beca. Así me volví cliente frecuente del banco. Un mes me dijeron que me había hecho merecedora de un premio, por mi constancia ahorradora. El regalo fue una olla exprés. Mi historia con ella es básica: cocino carne, frijoles. Nada exótico. 

Mi olla exprés fue la protagonista de la peor pelea que he tenido con mi hermana, quien vino a vivir conmigo una temporada linda. Dado que no teníamos antecedentes con instrumentos similares, la usábamos básicamente para ablandar carnes y luego procedíamos a preparar los platillos que se nos antojaban. Así fue que en una ocasión mi hermana planeó preparar caldo de res con verduras; metió todo en la olla y cuando llegué a casa me contó su hazaña; yo corrí a apagar la estufa porque creí que las verduras se ultra cocerían hasta volverse puré. Mi hermana se enfureció mucho y discutimos. Ella creyó que yo no confiaba en ella, que menospreciaba su gesto porque siempre se ha sentido mala cocinera. Yo no pude explicarle que me preocupaba el batido que iba a hacerse pues la carne y la verdura no comparten tiempo de cocción. 

Ahora que lo recuerdo, nunca he intentado hacer más con mi olla exprés, sigo ablandando carne y semillas; de barro sólo tengo macetas en la cocina. Mi hermana ya tiene su propia casa, su propia vida. Es más segura al cocinar, es experta en postres, pero como mis abuelas Gabina y Servanda, en su cocina tampoco hay una olla exprés. 

 


 

LA AUTORA

Adriana Uvé

Adriana Ventura. Pensadora de la Casa de Virgo. Nació en Cruz Grande, Guerrero, el 29 de agosto de 1985. Ha realizado estudios de licenciatura en la UAG, de especialidad en la UAM-Azcapotzalco y de maestría en la UNAM. Escribe cada vez que puede y da clases de Literatura. Hija de enfermera y sociólogo. Es madre de dos y hermana de tres. Escribió el libro Boceto de una vida sin casa (Praxis, 2018).

De ollas y presiones

Jimena Maralda

 

Cuando, hace dos años, empecé a cocinar, la tapa de nuestra olla a presión ya no sellaba bien. Me desesperaba tener que usarla y lidiar con sus fugas de vapor, mayores a las que por naturaleza debería tener. Si bien éstas la volvieron menos peligrosa, piden un esfuerzo extra de nuestra parte para revisar que no se pierda todo el líquido del interior so riesgo de arruinar nuestros alimentos. 

A veces, al checarla, la comida (casi siempre arroz) seguía ahogada en caldo; pero luego, sólo pocos minutos después, ya era demasiado tarde y había comenzado a pegarse en el fondo o a quemarse. No hay manera, me decía, ¿cómo saber cuándo es el momento exacto?

La presión regulada, el calor contenido y el concepto de una válvula de seguridad en algo tan cotidiano me recuerdan tanto a la retórica de gestión de las emociones que pienso que la olla exprés impone por sí misma una presión muy fuerte a quien la utiliza: de vigilar que funcione óptimamente, que no haya fugas, que la válvula no esté tapada. Cuidar que no vaya a explotar. Metáforas aparte, a la olla no le importan los hervores de su caldo ni lo que se está cocinando afuera: si no se utiliza con las debidas precauciones puede ocasionar una catástrofe.

Tal vez por eso prefiero seguir quejándome de nuestra olla a presión disminuida (por llamarla de alguna manera) a conseguir una nueva. Que si algo sale mal sea por la olla; que si me tardo más sea por la olla, pero a sabiendas de que hay menos probabilidades de que explote… como metáfora de lo que sea.


 

LA AUTORA

Jimena

Jimena Maralda. Pensadora de la Casa de Leo. Escritora. Lee, edita, hornea galletas, prepara café y cuida. Es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de Ensayo (2019-2020). Prefiere lavar platos que citar textos académicos. Cree firmemente que otras formas [de pensar, crear, amar, hacer, vivir] son posibles.

 

Tradición de explosiones

Andrea R. Calderón

Cuando la olla no quiere abrir es porque hay presión atorada, decía mi abuela. En mi familia hay una larga tradición de explosiones de ollas exprés. Como la vez que mi mamá me despertó a mitad de la noche porque la casa estaba llena de humo y quería cerciorarse de que seguía respirando. Resulta que olvidó apagar el fuego. Otro día, cuando intentó abrirla, le explotó el caldo de pollo en los brazos y se quemó. Podría contar otras dos veces que sucedió algo parecido. Y es que la olla exprés me recuerda a mi mamá y a su travesía por la cocina, me recuerda a una mamá joven haciendo malabares entre la tesis para poder titularse y la comida de todos los días para dos niñas pequeñas. Cuando le cuento a mi mamá que me cuesta trabajo usarla, no tiene reparo en contarme cuántas veces le explotó o que incluso a la abuela, que era la mejor cocinera que conocí, le explotó varias veces. Prueba de ello son los frijoles en el techo de su cocina que nunca limpió y que ahora me alientan a empezar mi travesía.

 


 

LA AUTORA

Andrea

Andrea R. Calderón. Pensadora de la Casa de Cáncer. Es ecofeminista y profesora de tiempo completo. Le gusta viajar, rodar en bicicleta y dibujar toda clase de hierbas. Los círculos de cuidado entre mujeres le han cambiado la vida. Cree firmemente que lo espiritual es político y que los rituales cotidianos ayudan a sanar viejas heridas. Participa en el club de lectura “La Jardinera” donde comparte con sus amigas lecturas de autoras de todo el mundo y una tacita de té. En su cama también duermen Baku y Ramona.

De válvulas

Ana Cordelia Aldama

Corría el año de yanomeacuerdoperofuehacemuchísimosaños (no más de veinte) y estaba yo cocinando espinazo en chile guajillo, que me queda muy delicioso. En la olla exprés, como lo había hecho muchísimas veces. Ese día llegó mi papá a visitarme, estuvimos platicando, y le digo: 

– Déjame ver si ya está la comida.

Antes de poner un pie en la cocina, una gran explosión. 

Sale volando la tapa de la olla exprés, al techo, cae al piso, obviamente nos espantamos muchísimo, apago la olla y voy viendo que ya no hay nada adentro. La tapa se abrió por el centro, el metal se partió y los restos del espinazo quedaron pegados en el techo de la cocina, un techo que es muy alto, de casa antigua, con vigas. Y ahí quedó.

Sólo recuperé un trozo del hueso del espinazo porque del resto ya no hallé nada: parecía que se había desintegrado. Y todo lo demás estaba pegado en el techo.

Desafortunadamente, como el techo era muy alto y no tenía una escalera tan larga, limpié hasta donde pude las salpicadas de chile, los pedazos de carne, y lo demás ahí se quedó algunos años hasta que pudimos pintar la casa y entonces sí, limpiar ahí y despegar los restos de eso que quedó ahí. Supongo que lo que ocurrió esa vez fue que se tapó la valvulita. 

La olla exprés es un instrumento valioso para la cocina, pero muy peligroso, sí; aunque no le tengo mucho terror, desde entonces sí le tengo bastante respeto y procuro que las válvulas siempre estén bien destapadas.

 


 

LA AUTORA

Ana Cordelia

Ana Cordelia Aldama. Pensadora de la Casa de Tauro. Es licenciada en Literatura Dramática y Teatro por la UNAM, actriz, directora y productora de teatro independiente con más de 25 años de carrera. Desde 1999 ha sido docente de Lengua y Literatura y/ o arte dramático, actualmente sólo a nivel universidad. Es Feminista y Pensadora de lo doméstico. Le interesa reflexionar y buscar nuevas formas posibles de convivir, leer, interpretar y crear en colectiva. Le gusta cocinar, cantar a grito pelado en soledad, hablar con los gatos y dibujar en ocasiones.