5:30 (Atrás de ti estoy yo. Atrás de mí, ellos)

Tatiana C. Candelario

Son las 5:30 de la mañana. No uso despertador. Hace tiempo que no lo necesito. Pero sé la hora exacta porque, después de sentir sus suaves y pequeñas manos sobre mi rostro, lo primero que hago es ver la hora en mi teléfono celular que dejo sobre el buró la noche anterior.

Cansada, aún entre el sueño y la vigilia, abro un ojo y después el otro para observar qué está haciendo. Veo su pequeña silueta a través de mi vista borrosa. Rodrigo gira, se mueve, se incorpora, me toca, me vuelve a tocar y vuelve a girar. Comienza a desesperarse. Me toca suavemente y después con toda la fuerza de la que es capaz en su primer año de vida.

Yo no quiero levantarme, lo que realmente quiero es que se vuelva a quedar dormido, pero es inevitable, él se ha despertado y ha decidido bajarse solo de la cama. Ante el temor de que pueda caerse y golpearse, pues aún es muy pequeño y no sabe bajarse solo, aunque él crea que sí, hago uso de todas mis fuerzas –que, a decir verdad son muy pocas, casi inexistentes– y logro levantarme. Lo ayudo a bajarse y, en lo que logro hacer conciencia de mi cuerpo y encuentro mis pantuflas, él ya ha sido disparado hacia su habitación en la que está su cuna sin usar y sus juguetes. Voy detrás de él. Hoy y durante los próximos años estaré corriendo detrás de él.

Estaré detrás de él para cuidar que no se haga daño al gatear, cuidarlo de que no se golpee con algún mueble, cuidarlo de que esté bien tapado siempre que haga frío. Estaré detrás de él para cuidar que no gire abruptamente y se caiga. Cuidar de él. Siempre cuidarlo. Cuidarlo de que no coma ni plástico ni muchos plátanos. Cuidarlo de objetos peligrosos –aun cuando la casa ha sido inspeccionada y se hayan retirado todos los objetos potencialmente peligrosos para un niño de corta edad–. Cuidar de que no ponga sus deditos en los enchufes o corrientes eléctricas. Ahora él es mi prioridad.

Su seguridad es mi responsabilidad. Debo estar alerta cada minuto en el que estoy con él. Y eso, aún con todo el amor que le tengo, es un paquete muy grande que cansa y estresa.

Mi vida ahora es ésta. No me molesta. Me gusta. Me encanta escuchar su risa y sus balbuceos. Me encanta cómo la casa se llena y estalla de luz con su presencia y energía. Me alegra ver sus libros y juguetes por toda la casa (un calcetín aquí, un cubo allá, sus tapetes de colores que te reciben al abrir la puerta principal, su león musical. Mi casa se ha convertido en un lugar en el que si te mueves seguramente chocarás con un juguete que al tocarlo hace música). Es él quien pone la música a mis días.

Hace años que decidí tener un hijo. La decisión se pospuso porque sabía que en el momento en que tuviera un hijo dejaría de hacer cosas y sabemos lo que ahora valora la sociedad: los logros académicos, profesionales o materiales. Y sabemos que también la sociedad actual nos vuelve más egoístas. Sabía que en el momento en que tuviera un hijo renunciaría a mi tiempo o al menos dejaría de tener tanto tiempo libre para mí. Pero nunca renuncié a la idea de tener un hijo. Era algo que anhelaba con todo mi corazón y mi mente. Así que llegó él y, a pesar de ser una decisión muy consciente, planeada y esperada, no dejo de sentirme cansada, más bien exhausta y estresada todo el tiempo.

Hace poco leí que lo que nos estresa a la madres en la actualidad, no es la maternidad en sí misma, sino las condiciones que la rodean. Y así es. […]

Son muchas horas dedicadas al cuidado de alguien más. Los minutos se vuelven horas y las horas van sumando días.

Juego con Rodrigo de las 5:30 a las 9:00 am que es la hora en la que hace su siesta. En esas tres horas y media no sólo juego con él. Tengo que dividir mi tiempo y mi cabeza. En los pequeñísimos instantes en los que él se concentra en un juguete, libro o figura geométrica aprovecho para preparar el desayuno. Obviamente lo hago por partes, apresurada. Así voy por la vida. Con la prisa pisando mis talones. Aprendemos a correr. A vivir de prisa.


 

LA AUTORA

tatiana_candelarioTatiana C. Candelario (Ciudad de México, 1978) Historiadora. Interesada en la historia social y cultural del siglo XX, particularmente del estudio de las ciudades, la urbanización y el impacto de la industrialización en los mundos del trabajo y en la transformación del paisaje. Su pasión: correr. Mamá de Rodrigo desde 2016.

 

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