Jimena Marroquín Del Río
Soy la menor y única mujer de tres hermanos, ellos me llevan siete y ocho años; por lo tanto, cuando empecé a poder colaborar en el trabajo doméstico en casa, ellos eran unos preadolescentes. Mi madre y ellos cuentan que los obligaba a limpiar mi cuarto y la frase que utilizaba para hacerlos entender la importancia de hacerlo era que “no sabían qué clase de hombre elegiría para vivir, que al menos recordara que algunas vez habían hecho las labores domésticas por mí”.
Muchos años esto me hizo sentir bien, era mi familia protegiéndome de alguna manera. Ahora lo veo como la normalizacion de que el trabajo doméstico es visto como exclusivo de las mujeres y como un destino del cual pocas pueden librarse.
Crecí y, obviamente, en algún momento mis hermanos dejaron de tender mi cama. Pasé mi adolescencia siendo muy desordenada y de la nada, como si un día el Hada de la Limpieza tocara a mi puerta, empecé a realizar trabajo doméstico. Quiero que quede claro que nunca he sido la que hace todo, soy privilegiada en este mundo donde sabemos que las mujeres hacen 76% más trabajo del hogar que los hombres; sin embargo, existe algo de lo que no he podido librar y es el trabajo de cuidado.
Mi mamá ha tenido dos intervenciones médicas, no graves pero que requierían ciertos cuidados indispensables. La primera fue cuando yo tenía diecisiete años e iba en la preparatoria y yo me quedé con ella los días de hospitalización: salía de la escuela a las ocho o nueve de la noche, llegaba al hospital para ayudarle a pararse, ir al baño, bañarla, etcétera. Cuando la dieron de alta me seguí encargando de sus cuidados, porque era lo que tenía que hacer, no había más. A mi mamá le daba cierta pena que mis hermanos la ayudaran a bañarse, así que la responsabilidad recaía en mí.
La última intervención que tuvo fue hace menos de un año, le quitaron la vesícula y de nuevo fui yo la mujer encargada de los cuidados médicos, hasta que tuve que volver a trabajar y no fueron mis hermanos a quienes cedí esa responsabilidad: por “azares del destino», fue una de mis tías quien acudió al rescate.
Afortunadamente estas dos intervenciones que tuvo mi madre no fueron complicadas, ella es muy autosuficiente, pero sin duda me han dejado la reflexión de cómo tajantemente los cuidados de otras personas recaen directamente a las mujeres; de mis hermanos no surgió la iniciativa del cuidado, era algo «obvio»: yo era la encargada.
Mi historia no es única, ni especial, y no es una donde tuviera que realizar grandes cuidados, ya que conozco historias de amigas cercanas y conocidas que cuando alguno de sus familiares se han enfermado, son ellas quienes se dedican a cuidarles. Aunque haya esposos, tíos, hermanos, casi no hay intervención de los hombres en estas labores.
Es como si la mujer tuviera intrínseca esa paciencia, ese saber hacer, como si de repente el conocimiento de cómo tratar a un enfermo o herido apareciera dentro de tus habilidades; pero no, con mi conocimiento y reflexión sé que no es eso, todo esto es resultado de una construcción social que nos dijo que nosotras somos las personas adecuadas para cuidar a los demás, aparte de que una negación podría ser tomada como algo egoísta y las mujeres podemos ser todo en esta sociedad, menos egoístas. Incluso podemos ser las mujeres más independientes, con más carga de trabajo, y siempre encontramos o debemos encontrar tiempo para poder servir a los demás.
¿En qué circunstancias esto podría cambiar? Yo no me veo negándome al cuidando a mi madre cuando lo necesite, ni a mi padre si lo llegara a necesitar; no me veo negándome a realizar estos cuidados, porque los amo, pero ¿por qué para los hombres es más simple y permisible la negación? Esa es la principal cuestión.
LA AUTORA
Jimena Marroquín Del Río. Por cuestiones del destino, historiadora; por cuestiones de contexto, feminista. Del trabajo que recibo dinero es de la autentificación y valuación de arte. Me quejo mucho en redes sociales; tanto, que realizo junto con una gran amiga contenido en internet con el proyecto Ya Siéntese Señora. A veces escribo cosas bonitas.