Iliana Pichardo Urrutia
1.
Comenzó con F. Estaba segura de que un día se iría y trataba de dar significado a su partida. Imaginaba que tomaría una foto de él con su acordeón delante del edificio en el que vivía y que después, cuando partiera, tomaría otra fotografía del edificio solo. Lo que quería era comprobar si era posible ver la ausencia. Probar cómo se modifica un espacio cuando un cuerpo deja de habitarlo.
Pero después nunca se fue y tampoco tomé esa fotografía. Sin embargo, la idea de retratar la ausencia permaneció y comencé a rastrear los primeros lugares en los que yo misma comencé a habitar sola, como si tratara de reconstruir la geografía de los agujeros que fui dejando en mi mapa. Una fotografía del edificio conmigo adelante, otra del edificio solo sin mí.
2.
Otras formas de ausencia:
A) Ultrasonidos del antes y el después de mi primer embarazo fugaz. La imagen de una partícula (debo confesar que no escuché su latido). Y tres semanas después, la misma imagen vacía de presencia, un océano nocturno y sin olas.
B) En casa de mi abuela apareció el acta de defunción de mi hermano menor. Buscaba otro papel pero de pronto apareció ese con textura de libro viejo que lleva muchos años intacto. El golpe fue para mis manos que de pronto sintieron la ausencia como algo que sí fue real y corpóreo. En el acta se lee su edad: ocho minutos. Ocho. Un agujero infinito.
3.
A esta casa llegó Emilia cuando su cabeza apenas alcanzaba el borde de la mesa del comedor. Pronto comenzó a no medir distancias y a golpearse con las esquinas de madera. Lo que más me gustó siempre de esta casa fue el piso. Mosaicos de los años cuarenta de un color ámbar con figuras geométricas. Resistentes a los sonidos y a los terremotos. También los techos altos, el árbol de jacarandas del edificio de enfrente y la luz de media tarde entrando por la ventana, creando estelas sobre el piso.
Nos estamos mudando cuando Santiago el menor tiene la edad que Emilia tenía cuando llegó a esta casa. Su cabeza ya supera el borde de la mesa y el llanto de golpearse en las esquinas es un lamento anunciado y conocido. El otro día se pelearon porque Santiago destruyó la ciudad de bloques que construyó Emilia. Ella reaccionó con ira. En mi absoluta fatiga estaba a punto de gritarles cuando F. me dijo: Se le está resquebrajando su mundo. Ahí me di cuenta de que mis paredes también se estaban cuarteando, mi propio mundo estaba colapsando.
4.
Los barrios también son mapas. La esquina en la que está dibujado el avioncito sobre el que nos gustaba saltar a Emilia y a mí. La panadería con la banca blanca en la banqueta en la que nos sentamos a comer orejas y café. El edificio inmenso en el que vivía F. que ha estado por caerse desde el 85, con los bares debajo –ahora clausurados-, en uno de los cuales lo conocí a él. Las tiendas de vestidos de novia sobre la avenida Insurgentes y el edificio azul que fue nuestra primera casa juntos. El puesto de jugos, las librerías de viejo, y el edificio beige sobre la calle Medellín al cual llegamos cuando ya éramos tres.
Nuestra historia familiar hasta ahora ha transcurrido en este barrio que aún se resiste a cambiar a pesar de que la Roma Norte quiere alcanzar a esta parte Sur. Nuestra relación con el lugar puede resumirse en esta frase de la película Tren nocturno a Lisboa: “Dejamos algo de nosotros mismos detrás al irnos de un lugar. Permanecemos ahí aunque nos hayamos ido. Por eso, hay cosas de nosotros que sólo podemos encontrar de nuevo volviendo a esos lugares. Viajamos a nosotros mismos cuando volvemos a un lugar que habitamos por un tiempo de nuestra vida; no importa qué tan corto haya sido, es un viaje hacia uno mismo”.
Restos materiales dispersos en la geografía y conservados a través del tiempo.
Una arqueología de nosotros mismos.
5.
Esta vez no me olvidaré de tomar una fotografía de los cuatro antes de irnos. Después, tomaré otra del edificio solo una tarde de domingo. Nuestra ausencia y un comienzo nuevo en otro país. Una maestra dice que las personas viejas son más sabías simplemente porque han amado más. Y han amado más porque han tenido más pérdidas.
Tal vez entre más agujeros tenga mi mapa significa que estoy más presente. Y que irónicamente me voy completando, con todas mis ausencias.
Iliana Pichardo Urrutia (1980). Mamá de Emilia y Santiago. Escribe ensayos, poesía y novelas que empieza y nunca termina. También hace ficciones y documentales que escribe y/o filma en Buñuelos Comunidad Creativa. Le gustan los viajes y el movimiento en las fronteras, aunque en este momento lo que experimenta es un gran salto al vacío.
Iliana:
Este relato te salió del alma. La ausencia es un vacío pero en tu escrito cobra corporeidad. Te felicito.
Efrén Alberto
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ILI escribes maravillosamente, no habia leido nada tuyo. mi enhora buena
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me gusto muchisimo leer este escrito, del principio al al final… todo. Comparto muchas sensaciones que expresas allí y… me debato permanentemente en la existencia y los lugares que persisten y nos perduranan. Creo que cuando caminamos por lugares en los que fuimos… en esquinas, verededas, rincones singuen como una suerte de hologramas de escenas en las que seguimos estando. Ese volver de paseo por ahí me recuerda cómo es que fui siendo lo que soy. Amo la arqueología de los lugares.
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