Un sillón verde

Andrea R. Calderón

El otro día soñé que las ex novias de mi ex novio llenábamos los asientos de un teatro antiguo. Nos veíamos unas a otras con expectativa. A lo lejos reconocía a una y me volteaba muy rápido porque me sentía incómoda. Yo estaba en la primera fila, claro, pero no entendía qué pasaba. Cuando por fin se abrió el telón, alguien aventó al escenario al hombre que todas ansiábamos ver: era él, con su look de siempre, unos pantalones rotos, playera delgadita y despintada. De repente, de algún lugar de mi bolsillo, saqué un mueble de madera gigante y se lo aventé. Otras hacían lo mismo. Le llovieron celulares, sillones, mesas de madera y otras cosas grandes. Esa era la obra. Cada vez me sentía más enojada. Y la reacción que él tenía no ayudaba: se enojaba, se agachaba por las cosas y las aventaba de regreso, pero ya no lastimaba a nadie porque las luces del escenario lo cegaban. Se veía muy solo. 

Cuando desperté, me estiré y sonreí. ¿De dónde saqué eso?, pensé. Qué sueño tan loco. Además, como si tuviera tantas ex novias para llenar un teatro. Todo el día me quedé pensando en eso. En la tarde, el algoritmo de mi cabeza me puso a buscar muebles usados en internet. Tenía la imagen de un sillón de terciopelo verde que volaba desde las filas traseras del teatro hasta golpear la cara del hombre en el escenario, quien no parecía sentir dolor sino una profunda rabia.

Encontré el mueble en Mercado Libre y me di cuenta de lo inalcanzable que era. Quince mil pesos por un sillón de dos plazas, por el que además te cobraban el envío. Ahí recordé uno parecido, pero color crema, que me regalaron mis papás cuando me mudé en pareja. Les emocionaba muchísimo que estuviera “por fin” haciendo mi vida, como si todo lo anterior hubiera sido picarme la nariz. Mi hermana incluso lloró una vez, mientras me daba un ride a casa de mis papás, de “lo hermoso” que le parecía que él y yo estuviéramos viviendo juntos. En un alto me volteó a ver, limpiándose las lagrimitas. Ni en mi examen profesional la vi tan conmovida, creo. 

Ese sillón color crema se quedó en casa de él cuando literalmente tuve que huir. Mi mamá me preguntaba por qué me tenía que ir de esa manera si él nunca se había portado violento conmigo, por qué tenía que irme tan rápido. La respuesta era: porque dolía. Y dolía mucho. Y porque la violencia también es violencia cuando en lugar de golpes hay invisibilización. 

Hice entonces una calculadora mental de todas las cosas que había tenido que dejar en casas de ex parejas por salir huyendo y eran bastantes. Y las dejé, porque en mi mente circulaba ese mantra de “las cosas son solo cosas, déjalas ir”. Lo más importante es que te vayas bien, tranquila, me repetía a mí misma una y otra vez. O sea sí, pero qué pinche trabajo cuesta volver a tener un sillón cómodo, una tetera bonita y una mesita de centro. Cuántas mujeres han salido de sus casas sólo con lo que llevaban puesto para nunca más regresar. Cuántas hemos salido huyendo sin nuestras cosas preciadas que además, pienso ahora, no son sólo cosas. Son dinero, son trabajo y son cariño.

En aquel sueño estaba enojada, muy enojada, así que haber encontrado el sillón de terciopelo verde en Mercado Libre me hizo sentir un poco más cerca de la reparación del daño. Por mí. Por  todas las que asistimos a ese teatro antiguo, en busca de restitución. Y por las que no pudieron asistir. 


LA AUTORA

Andrea R. Calderón. Pensadora de la Casa Cáncer. Es ecofeminista y profesora de tiempo completo. Le gusta viajar, rodar en bicicleta y dibujar toda clase de hierbas. Los círculos de cuidado entre mujeres le han cambiado la vida. Cree firmemente que lo espiritual es político y que los rituales cotidianos ayudan a sanar viejas heridas. Participa en el club de lectura “La Jardinera” donde comparte con sus amigas lecturas de autoras de todo el mundo y una tacita de té. En su cama también duermen Baku y Ramona.

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