Regina Castañón
La casa es un refugio. Es un nido donde la calle y los ruidos ansiosos e imparables se quedan embarrados en la jerga que está a la entrada. La hemos construido así a propósito, vaciando partes de nuestro interior en objetos. Las pinturas de mi abuelo, los moldes para pastel de mi abuela, los discos de mi tía, los perfumes de mi mamá, mis juguetes y libros. El amanecer desplaza a los residentes permanentes, nos dispersa en distintas locaciones de esta ciudad que por dentro es infinita, a pesar de ser una mancha casi insignificante en el mapa. A los atardeceres los acompañan unas horas de silencio, de ecos de respiraciones y latidos que se sumen en un mundo propio antes de regresar al mundo comunal.
Mi mamá es alérgica, pero a mi siempre me ha picado el deseo de adoptar a un gato que me acompañe en la cornisa de la ventana enrejada donde me recargo a ver una paleta de rosas, naranjas y morados bailar y fusionarse en la oscuridad nocturna. Después de que las luces se enciendan, podríamos quedarnos, el gato y yo, a contemplarnos, uno a otro, pasar el tiempo. Luego sería hora de la cena, de las quesadillas, del recuento del día, de la cocina y de las risas. La hora donde se asoma la calidez por las ventanas y, poco a poco, se filtra por las rendijas, se desliza por el piso y nos envuelve en una ensoñación de atemporalidad. Finalmente, a dormir acobijada por la certeza de cuatro paredes, de una casa que es otro punto en un mapa enorme.
¿Dónde dormiría el gato?, me pregunto antes de apagar las luces.
Regina Castañón. Es estudiante de Letras Inglesas en la UNAM. Edita, escribe y diseña una revista digital que se llama Casi Cielo (@casicielomx) con sus amigas del internet. En su tiempo libre le gusta creerse fotógrafa, hacer playlists y asombrarse con todo el arte que contiene este mundo tan chiquito. Cambia de obsesiones a cada rato, pero siempre cree que la lectura y la escritura son para todas las personas.